martes, 5 de febrero de 2013

Capítulo 24: "Cosas del destino."

Aún sigue agarrado a mis caderas.
Noto que huele mi pelo una vez más, admito que le gustará mi olor, siempre lo hace.
Subo mis brazos y los dejo caer en su nuca, sonríe. Hace juego con sus ojos verdes. Su cuello está apoyado en mi cabeza y mi cabeza en su pecho. Huele terriblemente bien.
Los recuerdos invaden mi mente, recuerdo a mi madre decir que creía en el destino, que todo estaba escrito. Yo sin embargo, pensaba que el destino no está escrito, lo decides tú y tus propios actos. Siempre la chinchaba para que se enfadara y después reíamos durante horas al recordarlo. Aparto mi cabeza de su pecho y me quedo mirándole antes de hablar, él me devuelve la mirada.
-¿Crees en el destino? -pregunto mientras le sigo mirando. Levanta una ceja, medio riendo.
-¿A qué viene eso?
Mierda. ¿Pensará que soy una friki o algo así?
-Sólo responde.
-Sí, creo en el destino -afirma-. Mi padre siempre creía y yo... no sé. Supongo que desde pequeño siempre he querido a aferrarme a algo de él.
-¿En serio crees que el destino ha querido que nos conozcamos? -Digo mientras alzo la cabeza de nuevo. Él asiente y sonríe-. Nunca me has hablado de tus padres...
Noto cómo se tensa su mandíbula y me maldigo por ser tan cotilla.
-¿No? Bueno, emmm... -susurra, casi para sus adentros-. Es una historia bastante corta. Pasamos unos años con ellos. Quizá cuatro o cinco. No me acuerdo mucho de ellos -dice, antes de aclararse la garganta-. Nos abandonaron en un centro de acogida, sin razón ninguna. Allí nos recogió el señor Shiff, que hizo todo lo posible para encontrarnos una familia. Pero nadie quería a un chico de cinco años y a una de cuatro. Ya sabes, es mucho más bonito recién nacidos. Pasaron dos años y el centro de acogida parecía nuestro hogar. Shiff nos trataba como a sus hijos y nosotros aceptábamos que no gustáramos a la gente. Channel era una niña horrible de pequeña (no se lo digas), y yo era muy borde en cuanto a conocer a nuevas personas.
Me sumerjo totalmente en la historia, imaginando a Channel horrenda y a Michael diciendo palabrotas con menos de siete años.
-Un día -sigue, sonriente-, Ophélia llegó al centro y nos conoció. Nos preguntó si teníamos poderes y me asusté. Ella nos mostró su poder, haciendo que Channel viniera de una esquina a otra sólo con su mente. Le contamos todo y ella nos trajo aquí con seis años.
Le miro desde abajo. La historia es triste y alegre a la vez, pero no sé qué expresión mostrarle. Así que le miro, con las manos aún en su pelo.
-No tienes que decir que lo sientes. No los conocías. Casi que yo tampoco.
Me aprieto más a él, intentando consolarle. Respiro otra vez su aroma inconfundible.
-¿Y tú? -pregunta, mientras me mira con una sonrisa.
-¿Yo qué?
Me separo un poco de él, para observarlo.
-¿Crees en el destino?
-Claro que no -afirmo, con una carcajada.
Vuelvo a apoyarme en su pecho y él me coge de la barbilla, para mirarlo.
 -Bromeas, ¿no?
-¿Qué? -pregunto, sonriente-. No creo en esas tonterías.
-¿Tonterías?  -pregunta extrañado. Las comisuras de sus labios se elevan, formando una sonrisa pícara-. Te vas a enterar, tonterías.
Da toques por todo mi cuerpo, haciendo que estalle en mil carcajadas. Él parece divertirse mucho más de lo que yo lo hago.
-¡Para, para!
Ahora me sube a su espalda, con mi estómago encima de su hombro derecho.
-Dilo -dice, y yo le doy unos golpes en la espalda con mis manos-. ¡Que crees en el destino, que todo está escrito!
Sigo pegándole puñetazos cuando decide que quiere más acción. Me acerca más al suelo, a diez centímetros de tocarlo con la nariz.
-Vale, vale. ¡Creo en el destino, todo está escrito!
Él ríe a carcajadas, y le doy otro puñetazo.
-¡Bájame ya! -grito, medio asustada, medio riendo.
Me suelta en el suelo y deja un beso clavado en mi mejilla.
-¿Me vas a hacer caso?
-¿En cuánto a qué?
-Vivir intensamente.
No estaba pensando hasta que lo ha mencionado. Sé que va a pasar algo malo, siempre pasa cuando soy feliz. Quizás si...
-Ya estás pensando -susurra Michael, interrumpiendo mis pensamientos. Me besa el cuello y sin poder evitarlo, suelto un gemido.
Su risa se oye por toda la habitación. Lo aparto de mí y le doy un golpecito en el hombro.
-Vale, vale -dice, subiendo los brazos, como si fuera inocente.
Me giro en redondo, cruzando los brazos, como si estuviera enfadada. Sé que él va a seguirme la broma.
Se acerca a mí y me abraza por detrás. Lo aparto y él se ríe.
-Un donut podría hacer que se me pasara el cabreo...
-Está bien -dice, como si se lo pensara-. ¿Pero me recompensarás?
Me encojo de brazos y él se ríe. Deja un par de besos en la línea de mi mandíbula antes de irse.
Cojo el móvil, un mensaje nuevo, de Adam.
De: Adam
¿Podríamos hablar?
No respondo, ahora no tengo la cabeza para eso. Recuerdo mi idea de los post-it y los sostengo en mis manos hasta que Mich entra a la habitación. Entra y me da el donut.
-Falta un bocado.
-Ni idea -dice mientras mira a ambos lados y se limpia con la manga de su camiseta los labios.
-¿Ni idea? -Me acerco y le beso las comisuras de los labios. Él cierra los ojos-. Sabes a azúcar.
Se encoge de hombros y sonríe. Muerdo mi donut y él me quita los post-it de la mano.
-¿Qué son?
-Post-it -digo con la boca llena.
-Hasta ahí llego -susurra, sonriendo-. ¿Para qué son?
Trago el donut y veo cómo me mira expectante, con una sonrisa.
-Tuve una idea: cada persona que entre en mi habitación tiene que dejar un post-it y pegarlo en la pared.
-Es buena idea. No tan buena como mi álbum, pero está bien para principiantes -dice, sonriendo-. No mires.
Me giro y veo cómo se apoya en el escritorio para escribir. Puedo imaginarme mil cosas, pero prefiero no hacerme ninguna idea.
-Listo.
Me doy la vuelta cuando está pegándolo en la pared. Está justo en el medio, el papel azul que destaca en toda la pared blanca. Me acerco para leerla.
"Vive intesamente.
      Conmigo.
                        -M."
Siento cómo me abraza por detrás y besa mi mejilla. Me giro y veo su sonrisa. Deja un casi imperceptible beso en mis labios y se ríe.
-Sabes a azúcar.
Arrugo la nariz y sonrío. Su mano viaja hasta la parte baja de mi espalda y la otra apoya su peso en la pared. Mi mano derecha está en su cadera y la izquierda en su nuca. Le doy vueltas a cada uno de sus rizos, y él se estremece. No puedo aguantar la risa.
-¿Se puede saber de qué te ríes tanto?
-Tienes cosquillas -declaro, sonriente.
-¿Yo? No.
-¿No? -pregunto mientras le hago el mismo movimiento en la nuca. Se encoje de hombros y me río.
Podía sentir cómo la fiebre me iba subiendo. La cabeza quería explotar y empezaba a picarme la garganta.
-¿Nos podemos ver más tarde? Creo que el resfriado vuelve al ataque.
-¿Me echas?
-No, te invito a salir fuera de mi cuarto.
Él se separa de mí y sonríe. Me gusta que con Michael nada sea previsible. Me gusta que un día seamos inseparables y al otro nos demos espacio.
-Ja, ja.
Lo acompaño detrás de él hasta la puerta y me besa la frente. Le cojo de la mano antes de que baje el segundo escalón, ahora estamos a la misma altura. Le doy un beso suave y me retiro, viendo su sonrisa.
-Nos vemos mañana.
Sé cómo contestaría él a eso, así que lo imito:
-Quizás.
Puedo oírlo reír al bajar las escaleras a trote.
Vuelvo a mi cama y observo la nota.

Conmigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario