sábado, 8 de marzo de 2014

Capítulo 53: "Veinte."

Channel me despierta para ir a clase. Cuando abro los ojos, está perfectamente peinada y vestida.
-¿Cómo puedes estar siempre tan perfecta? Te odio -le digo, y ella me quita la manta.
-Vamos, o llegarás tarde. Y que yo sepa, el señor Norton no te tiene demasiado aprecio.
-Gracias por recordármelo, de veras.
Voy al baño y me desnudo. Cuando el agua caliente fluye y cojo el bote de champú, hay una nota en la parte delantera.
Eres mi Nemo. Si te pierdes en el océano, te encontraría.
                                                                             Michael
Sonrío ante lo cursi que es Michael a veces, y termino mi ducha.
Cuando salgo y miro el reloj, me quedan cinco minutos para entrar a clase.
Corro por la habitación y me coloco la ropa de ayer. Cojo el libro, unos folios y un boli de color azul. 
Bajo las escaleras de dos en dos, tropezando varias veces. Me topo con algo, e intento recoger los folios por el suelo.
-Veo que amas dormir tanto como yo.
Levanto la cabeza y el pelo color fuego de Bella. Parece sacado directamente de un nido.
-¿Te has peinado? -le pregunto.
Ella pasa los dedos por su cabello, sorprendida.
-Verdaderamente... no. 
Termino de recoger los folios y ambas corremos por las escaleras. Bella me dice que abra la puerta yo, y eso hago.
-Y así es como... -El señor Norton se da la vuelta y me mira, expectante-. ¿Saben ustedes lo que es un despertador?
Dile que lo sientes mucho. Es lo que quiere oír. Que no ocurrirá más.
La voz de Bella resuena en mi cabeza. Y no sabe lo mucho que lo odio.
-Lo siento, señor Norton. No volverá a ocurrir.
Parece que sonríe, y alcanza una tiza de la mesa.
-Está bien, pasen -dice, señalando los pupitres con la mano izquierda.
No presto atención a la clase, como siempre. Miro a la mesa, donde hay algunas pintadas con boli.
Quiero morirme. Ojalá nunca me hubiera pasado esta mierda. Si lees esto, vete de aquí. Farsantes.
¿Qué? No entiendo nada. Miro a la clase, que atiende al señor Norton. Fabio mira su mesa, e inmediatamente a mí.
Ha descubierto sus pintadas. Le hago gestos diciéndole que quiero hablar con él más tarde. Él asiente, y mira al profesor.
Espero que la clase termine. Cada segundo, cada minuto, se hace cada vez más pesado. El timbre suena y voy al pupitre de Fabio. Le agarro del brazo y le llevo a la biblioteca. A la última mesa.
-¿Qué ocurre? -pregunta, asombrado.
-¿Qué ponía en tu pupitre?
Traga saliva y se acerca a mí.
-Nada bueno. ¿En el tuyo también?
-Sí. Ponía que nos fuéramos de aquí. Que todo era una farsa.
Se toca el pelo, nervioso.
-No lo entiendo. ¿Qué está pasando?
-¿Tú confías en mí? -pregunto, y él asiente.- Vamos a averiguarlo. Hablaré con Michael.
-¿Y mientras tanto?
-Vamos a hablar con Paul. Tengo una idea. Vamos a por Bella.

Paul nos examina detrás de su escritorio. Su nariz aguileña me produce un escalofrío.
-¿Qué os trae por aquí?
-Queríamos conocer a otros adolescentes con poderes. De otros lugares, edades... -le digo.
Paul se aclara la garganta.
-Eso no puede ocurrir.
Fabio y yo nos miramos. Espero que Bella pueda leer su pensamiento.
-¿Por qué? -pregunta Fabio.
-No tengo poder para informaros sobre esa información.
-Sólo queremos... -digo, y no sé qué decir.- conocer a otra gente. No me parece bien estar encerrados aquí todo el tiempo, sin relacionarnos.
-¿Encerrados? Has estado todo el fin de semana fuera, Alexia. ¿Crees que soy tonto?
Sus ojos oscuros me miran directos. Otro escalofrío.
-Marcháos -prosigue-. Aquí no tenéis nada que hacer.
Estamos en silencio hasta que llegamos a mi cuarto. Allí, nos encerramos en el baño.
-¿Qué ha pasado? -pregunta Fabio. Parece aturdido.
-No entiendo nada -digo, y miro a Bella-. Dime que has podido leer su mente.
-No. Tiene alguna clase de bloqueo. Un truco. No lo sé. Sólo he leído una palabra. Veinte.
-¿Veinte? -preguntamos Fabio y yo al unísono.

Cojo el móvil e ignoro todos los mensajes y llamadas. Marco el número de Michael y espero que conteste.
-¡Pequeña salvadora de vidas! -exclama, feliz. Al fondo, se oyen cristales y voces.
-¿Estabas trabajando?
-Sí, pero puedo atenderte. ¿Qué tal?
-Escucha, Michael. Quería decirte una cosa...
Me detengo. Bella y Fabio intercambian palabras.
-¿Has visto sus ojos? Daban miedo. Ya no me fío de nada -susurra Bella.
-Ni de las paredes.
Así que, una idea aparece en mi mente. ¿Pueden espiarnos?
-¡Alexia! ¿Qué ocurre? Me estás preocupando -grita Michael.
-Ven a por mí a las ocho. Urgente. Te quiero, ¿vale?
-Pero, ¿está todo bien?
-Sí. Sólo ven.

Michael aparece a las siete y media. Con un delantal.
-Me tenías preocupado -me dice, abrazándome-. Acabo de salir de trabajar. ¿Qué pasa?
-Llévame a tu casa.
Su ceja se levanta. Pero le niego con la cabeza. Él traga saliva, y me coge la mano.
A los segundos, estoy en el salón de la casa de Michael.
-Dime de una vez lo que ocurre, Alexia.
Le explico toda la historia, mientras que él atiende desde la cocina.
-Ahora no me fío de nada -termino, susurrando.
-¿A qué te refieres? No te entiendo.
-Michael. Las pintadas de boli. ¿Para qué pintarían algo así? Parecía real.
-Sería una broma, Alexia -dice, mordiendo una manzana.
-Michael, ¿no me crees?
Él deja la manzana y me mira, absorto.
-Alexia... -dice, acercándose a mí.
-Déjalo. Me voy a casa.
Me levanto y camino hacia la puerta. Me siento perdida sobre la Asociación. Y ahora más, sabiendo que uno de los únicos apoyos que tengo, me falla.
Una mano me detiene.
-¿Me juras que no dirás nada?
Le miro, sintiendo mareo.
-Sólo si lo veo conveniente. 
Vuelve sobre sus pasos y se sienta en el sofá. 
-Hace unos días, cuando alquilé el piso, quise encontrar a algunos amigos de la Organización. Conocí a tres compañeros de cuarto y siete amigos allí. Seis se marcharon del país. Tres no aparecen en ninguno de los documentos del país. Así que, me quedaba Tom, mi segundo compañero de cuarto. Encontré su dirección, que sólo estaba a dos horas de aquí. Pedí el día libre y lo visité.

»El aire era pesado. Era el número un millón en el que agradecía mi poder, no había tenido que coger el coche, ni tren, ni autobús. Sólo tardé cinco segundos en llegar (porque había abierto los ojos en el viaje). Avancé por la nieve, extremadamente blanda. Las botas color marrón se hundían un poco más cada paso, así que intenté tener cuidado. Al final del camino, pude ver una pequeña casa de madera. El frío calaba mis huesos, y me culpé por no haber cogido un abrigo.
Subí dos escalones y mis nudillos golpearon la puerta. Pasaron unos segundos sin recibir respuesta. Llamé otra vez; y me convencí de que no iba a aparecer nadie, así que me giré sobre mí mismo y volví sobre mis pasos en la nieve. Cuando llevaba tres, la puerta se abrió, chirriando.
-¿Quién mierda eres? -preguntó, su voz claramente molesta.
Lo miré. Una barba frondosa cubría su barbilla y parte de sus mejillas. Sus ojos parecían cansados, y llevaba una gran sudadera color azul. Este no era Tom, me había equivocado.
-Lo siento, me he equivocado de persona.
-¿Michael? ¿E-eres tú?
Carraspeé. No podía ser Tom. Aún lo recordaba fumando porros en los escalones de la Organización, alto y esbelto. 
Salió al porche,y la luz pareció hacerle daño. Bajó las dos escaleras y me dijo que me acercara.
Tragué saliva y caminé hacia él. Estábamos a unos centímetros cuando me abrazó. Pude sentir dolor, desesperación a través de sus brazos. ¿Qué le había pasado?
Me dijo que pasara y lo seguí. Cerró la puerta detrás de mí y pude ver la habitación. Estaba llena de basura, y olía a pescado y cigarrillos.
Atraje mi sudadera a mi nariz, y la olí. Me impregné del olor, intentando evitar el hedor del antro.
-Bueno, Mike -empezó, y me recordó a los viejos tiempos. Él era el único que me llamaba Mike. Cogió algunos papeles del suelos y los metió en una bolsa de basura-. ¿Qué te trae por aquí?
-Salí hace unos días de la Organización. Ya tengo dieciocho.
-Vaya, parece que fue ayer cuando te empezó a crecer la barba.
Solté una carcajada y él lo que parecía una sonrisa de tristeza.
Le conté lo que me impactó sobre mis compañeros. Todos habían salidoo del país o estaban                     desaparecidos.
Se pasó el dorso de la mano por la cara, cansado. Parecía que llevaba toda una vida sin dormir.
-Tengo que contarte algo.
Empezó contándome que hace unos meses fue su cumpleaños. Cumplía veinte, una edad especial para él por algún motivo. Planeó una fiesta en un local en Londres, con sus amigos. Llevaba dos cervezas cuando Paul apareció. Le dijo que quería hablar con él, y Tom accedió, no entendiendo muy bien qué hacía Paul allí.
La última cosa que recuerda es ver dos sombras detrás de Paul y su sonrisa maliciosa.
Despertó al día siguiente, en la casa de madera.
Cuando intentó transformarse en un objeto, tal y como su poder hacía, cayó al suelo, exhausto. Había conseguido transformarse en el Empire State Building una vez, ¿por qué no podía convertirse en una simple silla? Intentó salir a la calle. Pero una pared le impedía pasar.
-Ahí lo entendí todo -me dijo-. Intenté contactar con gente, pero no podía salir. No tenía teléfono. Sólo una botella de agua y tres barras de pan. Paul quería matarme de hambre o sed. O torturarme, sabiendo que mi tumba (esta casa), estaba llena de muebles, en los que no podía convertirme.
-¿Cómo es que sigues vivo? -pregunté, claramente sorprendido.
-Un día un pájaro se posó en mi ventana -contestó, alegre-. Lo enseñé con mis provisiones. Le recompensaba con un trozo de pan. Salíamos al porche y entrenábamos. A las pocas semanas, me quedaba un chupito de agua y cuatro centímetros de pan. Me sentía todo un superviviente, un héroe. Aquí venía la prueba final. Rompí ese jarrón de cristal y me hice un corte. Con mi propia sangre y una cortina, escribí mi mensaje. Se lo entregué al pájaro y voló. A las pocas horas sentía que iba a morir. Lo sabía. Me comí el pan y pensé en la paz. La paz de dormir para siempre.
Tragué saliva. ¿Tom se había vuelto loco?
-Pero la muerte nunca llegaba -comentó, algo triste-. Me tumbé en el suelo y dormí durante mucho tiempo. Desperté cuando llamaron a mi puerta. Era una chica morena, Gwen. Me dijo que hacía dos horas que había recibido el mensaje y que había corrido hasta aquí. Charlé con ella, y le dije que necesitaba su ayuda. Le conté todo lo que me pasaba, aunque ella no me creyó. Pero no la culpaba, era imposible convertirme en un mueble y ella no podía creerme. Le dije que intentara traerme a Kam, no sé si lo recuerdas -dijo. Pero sí lo recordaba, era el chico más tétrico de la Organización-. Le dije que me creyera. La saqué al porche y bajé las escaleras. Le dije que intentara arrastrarme un centímetro, y ella empujó. Gritó y me dijo que no tenía gracia, y me di por vencido. Me vio llorar y de algún modo, me creyó. Me dio varias chocolatinas que llevaba en su bolso, y me prometió que volvería. Administré la comida y a los días Kam apareció. Todo cobró sentido. Él tenía treinta años y hacía diez que no podía utilizar sus poderes. Lo suyo no tuvo nada que ver con Paul, fue de un día a otro. Me dijo que a varios compañeros les sucedió lo mismo. Desde aquel día, me visita cada domingo y me trae de comer.
 -¿Qué quieres decir?
-Nos quitan los poderes cuando cumplimos veinte años, Michael. Disfruta de tus dos años restantes.
-¿Me encerrarán también? -le pregunté, asustado.
Se encogió de hombros.
-¿Por qué te encerraron a ti?
-No sé -susurró, revolviéndose el pelo-. Preguntaba mucho.
Un calor abrasó mi garganta, inmediatamente pensado Alexia. Ella no podía suprimir sus pensamientos y era una parte que me encantaba de ella.
-¿Por qué nos quitan nuestros poderes?
Se encogió de hombros.

Cuando Michael terminó, inhalé, procesando toda la información. Había personas que escapaban del país o que se escondían dentro de él por dos razones: o les habían quitado sus poderes o intentaban conservarlos.
Una conversación apareció en mi mente.
Mis padres diciéndome que tenía que venir a la O.S.T, y las palabras de mi madre: "es el único que tiene poderes y por lo tanto puede entrar en la organización. Aunque al casarse conmigo desaparecieron."
No habían desaparecido. Se los habían arrebatado. El pecho me ardió, y una imagen apareció de nuevo en mi mente. Mis manos apoderándose del cuello de Paul. Estrangulándolo.