lunes, 6 de enero de 2014

Capítulo 51: "Quizás sea una fantasía mía."

-Será mejor que pares -digo, apartándome de él-. Tenemos público.
Él se da la vuelta y contempla a un par de niños mirándonos. Aunque les mira fijamente, éstos siguen mirándonos.
-¿Qué ocurre? ¿Os habéis perdido? -les pregunta Michael.
-No -dice el más pequeño de ellos.
-Tener novia es un asco. Son mejores las motos. O los camiones. ¿Por qué tienes novia si puedes conducir una moto?
Michael suelta una carcajada y le responde:
-Cuando tengas dieciséis años me dirás qué te apetece más.
-Siempre preferiré una moto -dice el mayor.
-O la arena. La arena mola -le susurra el otro, y ambos asienten enérgicamente.
Michael se da la vuelta y me encuentro con sus ojos verdes escrutándome. Cuando voy a hablar, Michael se me adelanta.
-Vamos al apartamento, nos cambiamos y nos vamos.
-¿Dónde?
-Ya lo verás -dice, y me guiña un ojo.

Me examino en el espejo de la habitación de Michael.
Llevo el pelo recogido en una coleta, una camiseta muy amplia de la selección rusa, unos pantalones cortos grises y unas deportivas que me bailan.
-¿Me estás diciendo en serio que tengo que jugar al fútbol?
Michael sale del baño despeinado y sin camiseta. Se la coloca mientras no me quita ojo. Y por un momento me dan ganas de quitársela yo misma.
-Claro que es en serio. Los que trabajan en la cafetería me han dicho de jugar un partido para conocernos mejor...
-¿Se conoce a alguien dándole patadas? -le interrumpo.
-Y te he invitado -prosigue, como si no me hubiera escuchado-. No seas quejicosa, te lo vas a pasar bien.
Agacho la cabeza de un golpe, y la coleta me da en la frente fuertemente.
Michael levanta una bolsa de Adidas y se la echa en el hombro. Me coge de la mano, me lleva a través del pasillo, coge las llaves y nos marchamos.

En el camino no hablamos, sólo estamos unidos de las manos y no hace falta decir nada.
Tardamos unos diez minutos a pie hasta llegar a un pequeño campo de césped de Londres. Michael me suelta de la mano y se la coloca en la frente para que el Sol no le impida buscar a sus amigos. A los pocos segundos los reconoce, los saluda y me coge de la mano para acercarnos a ellos.
Son tres chicos y una chica.
Álex, Alan, Ariel y Cloe.
-Ésta es Alexia -dice, y me arrastra suavemente delante de él. Ahora me siento como a un conejo en una tienda de mascotas, cuando todos me miran y esperan que haga algo gracioso para llevarme a casa.
-¿Ariel es nombre de chico? -digo, aunque al segundo me arrepiento al mirar la cara de Cloe. En cambio, Ariel me sonríe.
-Eso creo. Mis padres son un poco cabrones. Pero no te preocupes, lo tengo aceptado. Me puedes llamar Sirenita, si quieres.
Ambos nos reímos y todos se unen después.
-Está bien, tres contra tres. Michael, Alexia y yo, contra vosotros -dice Ariel, y se acerca a nosotros-. Les vamos a machacar, estáis delante de la Sirenita conocida como Rooney -nos susurra, y Michael ríe.
-Rooney es un jugador muy bueno del Manchester -me susurra y me da un tierno beso en la mejilla-. ¿No lo conoces?
Niego con la cabeza. Creo que ya empieza a darse cuenta de cómo jugaré al fútbol.

Cuando llevamos más de una hora jugando, empiezo a cansarme.
-¡Álex! -grita Michael, y me giro para ver por qué lo llama.
Lo único que veo es una pelota que viene a más kilómetros de los que podría huir.
A los pocos segundos me encuentro en el suelo.
Michael vocaliza algo que no entiendo.
-¿Qué? -pregunto, y él me levanta como si pesara menos de lo que pesa una pluma.
-¿Estás bien? -me dice, y yo asiento.
-Iré a por hielo, siéntate -me aconseja Cloe, con una sonrisa.
-¡Alexia! ¿Qué ha pasado? -bromea Ariel, y se apoya en la grada mientras me siento.
-No tiene gracia, se ha llevado un buen golpe por Alan. Se ha pasado con la fuerza -afirma Michael, y me levanta el mentón hasta mirarme a los ojos.
-Estoy bien, de veras.
Alan llega corriendo desde el otro punto del campo y me mira.
-¡Vaya, lo siento! Pensaba que te ibas a agachar. ¿Estás bien?
-¡Sí! -grito, porque estoy harta de que me traten como una niña pequeña-. Sólo ha sido un golpe.
-Creo que por hoy está bien -dice Michael, y se despide de todos.
Todos me despiden a mí también, añadiendo el "que te mejores", "lo siento".
-Nosotros vamos a cambiarnos -continúa Michael.
Cruzamos el campo hasta los vestuarios. Michael deja la bolsa en uno de los bancos.
-No pienso ducharme aquí -afirmo, sentándome en el banco.
Michael se apoya en la pared y me examina, como pidiéndome una explicación lógica.
-Habrá miles de gérmenes. Me ducharé en tu casa. Además, no he sudado nada. No he hecho nada -digo, y sonrío-. Eres testigo de que no me gusta mucho el fútbol.
-En realidad a mí tampoco demasiado, sólo me gusta jugarlo a veces.
Se sienta en el banco, de forma que me mira de frente. Sus manos viajan a mi trasero, moviéndome hasta que nos quedamos a pocos centímetros. Mis piernas están encima de las suyas, y sus manos ahora sujetan mis mejillas.
-¿Por qué eres tan cabezota? -pregunta, y junta nuestras narices. Veo cómo cierra los ojos y respira mi olor.
"Alexia, espero que no hayas sudado demasiado", me digo.
Me besa dulcemente y luego más intenso.
-¿Sabes? Me gustas con chándal. Quizás sea una fantasía mía -susurra, y mete sus manos por debajo de los anchos pantalones, hasta que llega a mi ropa interior y sonríe-. Vámonos, hay demasiados gérmenes, ¿no? -dice, imitándome.