sábado, 1 de octubre de 2011

Capítulo 14: “Un poco de casa en un lugar ajeno.”

Había dormido del tirón, con Bola a mi lado, debajo de la cama. El despertador sonó de nuevo. 
Aunque me dolía reconocerlo, me estaba acostumbrando a levantarme a las seis de la mañana. 
Me levanté y eché de comer a Bola. 
En ese momento, apareció Channel con una sonrisa tonta en la boca.
-¡Ey, buenos días! -dijo, mientras sonreía más de lo corriente.
-¿Por qué sonríes tantísimo?
-Tengo novio.
-¿Quién?
-Jackson.
El nombre cayó en un abismo. El silencio cortó la sala en mil pedazos, y me quedé quieta. 
Jackson. Mi Jackson. El chico que había estado ahí siempre para mí. El hermano, el amigo.
No quería que le hicieran daño.
Pero Channel era una buena chica, ¿por qué le iba a hacer daño?
-¡Qué bien! -Mostré una sonrisa forzada.
Ella asintió, y acarició a Bola. Éste le gruñió.
-Vístete. A y media hay que estar en clase -dijo, algo asustada por Bola.
Asentí, antes de que mi móvil sonara. Mi padre.
-¿Alexia? -preguntó, muy serio.
-Dime.
-El abuelo… -dijo, y la espera se hizo eterna- ha muerto.
El silencio inundó esta vez no la habitación, sino todo el país, el mundo... a mí. La garganta me ardía, deseando que mis lágrimas salieran de una vez. No podía hablar, lloraría. 
Las lágrimas cayeron por mis mejillas, y Bola sollozó y rozó su cabeza junto mis piernas.
-Iré a por ti, para ver a la familia. Y si quieres, ir al entierro.
-Vale.
Colgué.
El vacío que sentía dentro de mí era tan profundo, que necesitaba hacer algo. Entonces, un titular me vino a la cabeza: Romper objetos ayuda a desahogarse.
Mi vista se fijó en un jarrón, y corrí hacia él. Con toda mi fuerza, lo estrellé contra suelo.
No ayudó a sentirme mejor.
Me duché, aseé y me vestí. Me miré en el espejo. Aún tenía los ojos rojos e hinchados, tenía la cara más delgada y ojeras.
Aquella no parecía yo.
Me alejé y me senté en la cama, deseando que todo pasara. Me obligué a levantarme e ir a clase. Todo mejoraría si volvía a la realidad.
Llegué a clase un minuto antes que el profesor Norton; que esta vez se había afeitado el bigote. Ahora sí que parecía una bola de billar. 
Michael se acercó a mí para darme un beso. 
-Déjalo, no estoy de humor. -Le aparté.
Dos horas, sentada en el mismo asiento, sin prestar atención a lo que estaba diciendo el Señor Norton, mirando al infinito.

Por la tarde, sentía un vacío. Mi abuelo me había apoyado en todo, me había hecho reír y me había hecho practicar con mi poder. Recordé su cara al curar la pata de uno de sus pájaros, y sonreí. 
Llamé a mi padre para decirle que no quería ver a nadie, que no era importante y que no quería salir de mi habitación. Me sentí mal por no ir al funeral, pero no quería recordarlo así. 
Me tumbé en la cama, queriendo dormir para olvidar. Pero no lo conseguí, el móvil sonaba constantemente. No quería oír un “Lo siento, estará en un sitio mejor”, porque no lo estaba. No estaba en un sitio mejor. 
En un segundo, una imagen vino a mi cabeza. El rostro de mi madre llorando, con ojeras, estrechando la mano de un desconocido dándole el pésame. El ataúd cerrado, y muchísima gente mirándolo. Me metí debajo de las mantas e intenté olvidar aquella imagen.
No funcionó.
Apagué el móvil, para no echarme a llorar. Esperaba que alguien viniera, pero nada. En mi habitación no había intimidad, y era algo que odiaba. Quería estar sola, pero a la vez quería compañía. Quién va a entenderme.
Nadie apareció en la habitación. Excepto Adam.
-Hola, Álex -dijo sonriendo.
Saqué la cabeza de las mantas y lo miré. Llevaba una amplia sudadero y el pelo mojado. Estaba lloviendo.
-Hola -dije, y volví a meterme debajo.
-Lo siento, me he enterado de lo que ha pasado. -Puso una mano sobre la colcha, sin saber que era mi pie, pero consoló.
Volví a sacar la cabeza, para decirle:
-¿Por qué me pasa a mi?
-Algún día nos pasará a todos -dijo, mientras se encogía de hombros.
-Y lo peor de todo, es que sólo has venido tú.
-¿Lo saben?
Negué con la cabeza.
-¿Entonces cómo quieres que vengan?
-Siempre hay gente aquí. Menos hoy, cuando más lo necesito -respondí, después de un suspiro, que ayudó a quitarme peso de encima.
-No vengo solo.
Iba a preguntarle que qué significaba eso, cuando la puerta se abrió y aparecieron todos mis amigos. Los de casa. Los de siempre.
-¿Se puede saber dónde tienes el móvil? -preguntó Alice.
-Aquí, apagado. -Lo saqué de mi bolsillo.
Jackson asomó su cabeza entre la de los demás. Me lanzó una sonrisa y yo se la devolví. 
No quería que Channel le hiciera daño. Pero tenía que quitarme todas las malas ideas de la cabeza, no me ayudarían en nada.
Jackson miró a todos y sus comisuras se elevaron.
-Una, dos y... -Hizo una pausa y todos se prepararon para a saber qué- tres.
Corrieron hacia mí y se echaron en la colcha, encima de mí. Reímos y se apartaron, sentándose a mi lado.
Di las gracias por tener un poco de casa en un lugar ajeno.