domingo, 8 de diciembre de 2013

Capítulo 50: "Querido Londres."

Me despierto al oír el ruido de algo de metal. Me incorporo en la cama y me estiro. Debe de ser el día en que más he dormido, porque no siento ni una pizca de cansancio. Recuerdo que hoy no tengo clase al ser fin de semana, así que no me preocupo por mirar la hora.
Sólo llevo una camisa blanca (supongo que de Michael).
Camino por el largo pasillo hasta donde proceden el sonido.
-¿Te he despertado?
Michael se gira y sus ojos se clavan en la camisa. Sonríe.
-No -respondo y sonrío sin querer-, ¿qué haces?
-El desayuno. ¿Te gustan las tostadas? -Dice, y coloca en la mesa un plato con al menos veinte tostadas. Después uno con bollitos, otro con fruta y mermelada y mantequilla- ¿No te sientas?
-Claro -digo, y me siento a su lado.
-¿Cómo has dormido?
-Bien. ¿Cuál es el plan para hoy?
-Te llevaré a la azotea y a dar un paseo por el centro.
-Te lo daré yo. Te recuerdo que es la primera vez que vives fuera de la Asociación.
Chasquea los dedos y forma una sonrisa.
-Touché -susurra con una sonrisa, y muerde una tostada.
Mastico una tostada con mantequilla mientras Michael cocina un huevo frito. Me levanto y voy hacia él.
-Yo no quiero más. ¿Te lo vas a comer todo?
-Claro que no -susurra, mientras apaga la vitrocerámica y después posa sus manos en mis caderas.
Me sube a la encimera y me besa en los labios sólo dos segundos. Después me besa en el cuello y me mira a los ojos mientras me desabrocha el primer botón de la camisa.
Yo respondo metiendo las manos debajo de su camiseta y quitándosela.
Me acerca a él y mis piernas se enredan en su cintura. Me agarra el trasero y me lleva por el pasillo, de vuelta a la habitación. En un momento se detiene y me apoya en la pared mientras me besa. Seguimos avanzando, tirando algunos cuadros y rompiendo a reír cuando los oímos caer al suelo.
Cuando llegamos al cuarto, lo demás es historia.

Despierto con un hambre terrible. Examino a Michael a mi lado. Una mano enroscada a mi cintura, otra por debajo de la almohada.
Me acerco a él y le soplo suavemente en la cara. Hace un gesto molesto, y después mueve la nariz de un lado a otro. Más tarde meto mi dedo índice en uno de sus rizos y bajo por la espalda, haciéndole cosquillas. Sonríe.
-Ya estás despierto -susurro, y sus ojos verdes me miran expectantes-. ¿Qué hay de ese paseo?
Reproduce un "Mmmmm" y después se incorpora en la cama.
-Nos duchamos y vamos -digo, y él asiente-. Vaya, no eres demasiado simpático recién levantado.
Gira la cabeza y me examina.
-¡Vamos a ducharnos y a dar un paseo por la ciudad! -Grita alegre, y se lanza encima de mí.
Río lo más alto que puedo y después me besa.

Subimos las escaleras del piso para ver la azotea. Cuando llegamos arriba, me falta el aliento, aunque Michael está como si nada.
El aire primaveral me da en la cara y me llena de vida.
Michael se acerca al borde de la azotea y se gira para hablarme.
-Deberías ver esto.
-No, gracias -digo, y doy un paso hacia atrás-. ¿Qué hay de ese paseo en el suelo? Quiero decir, en la ciudad.
-Vamos Alexia, es precioso -dice, y me tiende una mano-. Confía en mí.
Me acerco y le cojo la mano. Un paso más y contemplo la maravilla de Londres.
Hormiguitas de un lado a otro, música y pitos de coches. El colorido de las pérgolas de las tiendas, un gran bosque a lo lejos (que supongo que es el lago donde Michael solía ir), el London Eye y el Big Ben.
-Cuidado, te caes -dice, y me da un pequeño empujón, aunque sujeta mi cintura.
-¡Para! -Le grito, me suelto de él y doy unos pasos hacia atrás.
Él se queda ahí, embobado mirando el suelo y temo que se tire.
-¿Michael?
Pero no obtengo respuesta. Casi voy a por él, cuando grita:
-¡Quiero a Alexia! ¡La quiero y siempre lo haré! ¡Es una miedica, extrovertida, simpática, rara, guapa y enfadica, pero la quiero!
Se gira hacia mí y sonríe, satisfecho.
-Deberías probar -dice, y su sonrisa se acentúa más.

Cuando cierra la puerta detrás de nosotros, me coge la mano y andamos por la acera del centro de Londres. Los niños juegan, algunas mujeres compran, otros hombres compran periódicos, jovencitas miran libros y ropa, y alguna que otra se besa con un chico.
Cuando llevamos cinco minutos andando y sin hablar nada, Michael me susurra al oído:
-Ya vuelvo, quédate aquí.
No soy una chica de palabra, así que cuando se da la vuelta para irse a yo qué sé dónde, entro en una librería a mirar libros.
Algunos me llaman mucho la atención y sé que más de un lector me echaría la bronca por sólo interesarme por las portadas.
Así que, me da por pensar. Si mi vida fuese un libro, ¿qué título y portada tendría? Y lo más importante, ¿de qué trataría?
Una chica con poderes visita un internado y se enamora. El título es lo último. Y la portada... una mano sobre un pecho humano, en representación de mi primera vez usando poderes.
Una señorita joven me dice que si deseo algo, y me siento fatal al decirle que sólo estoy mirando. Se marcha a por un té y se lo toma en una mesita al fondo.
Salgo de la tienda y sigo caminando por la calle. Una mano me toca el hombro y me doy la vuelta, asustada. Es Blanca, la chica que conocí en la cafetería la otra vez.
-¡Alexia! ¿Qué tal estás? -Me dice, y me da un abrazo que me recarga las pilas por completo. Es muy cariñosa, y me da envidia por ello. Yo soy como esos gatos cuando los mojas. El gato soy yo y el agua las personas. No nos llevamos demasiado bien.
-Muy bien, ¿qué hay de ti, qué haces aquí?
-Dando una vuelta. ¿Tú?
-Igual.
-¿No estabas en un internado?
-Sí, pero hoy no tengo clase. Estoy de descanso.
-¡Eso es genial! -me dice, y señala una cafetería al fondo- ¿Quieres tomarte un café conmigo? Estoy sola.
-Emmm, no puedo, lo siento. Estoy esperando a alguien.
Justo cuando lo digo, Michael aparece detrás de ella.
-¡Te estaba buscando! Te dije que te quedaras allí.
Blanca abre los ojos y me mira, mientras sonríe. Después me guiña un ojo.
-Blanca, este es Michael. Michael, Blanca.
Ambos se dan dos besos y Blanca finge que tiene que marcharse.
-Ha sido un placer, pero ahora tengo que irme. ¡Hasta otra vez! -Exclama, y cuando Michael no la mira me levanta el pulgar en forma de aprobación.
Qué cañón, dicen sus labios, sin hacer ningún sonido.
-Es para ti -dice Michael, y saca un ramo de margaritas-, son sencillas y bonitas. Como tú.
Y en medio de Londres, sin importar quién nos mire o qué digan, nos besamos.