sábado, 8 de marzo de 2014

Capítulo 53: "Veinte."

Channel me despierta para ir a clase. Cuando abro los ojos, está perfectamente peinada y vestida.
-¿Cómo puedes estar siempre tan perfecta? Te odio -le digo, y ella me quita la manta.
-Vamos, o llegarás tarde. Y que yo sepa, el señor Norton no te tiene demasiado aprecio.
-Gracias por recordármelo, de veras.
Voy al baño y me desnudo. Cuando el agua caliente fluye y cojo el bote de champú, hay una nota en la parte delantera.
Eres mi Nemo. Si te pierdes en el océano, te encontraría.
                                                                             Michael
Sonrío ante lo cursi que es Michael a veces, y termino mi ducha.
Cuando salgo y miro el reloj, me quedan cinco minutos para entrar a clase.
Corro por la habitación y me coloco la ropa de ayer. Cojo el libro, unos folios y un boli de color azul. 
Bajo las escaleras de dos en dos, tropezando varias veces. Me topo con algo, e intento recoger los folios por el suelo.
-Veo que amas dormir tanto como yo.
Levanto la cabeza y el pelo color fuego de Bella. Parece sacado directamente de un nido.
-¿Te has peinado? -le pregunto.
Ella pasa los dedos por su cabello, sorprendida.
-Verdaderamente... no. 
Termino de recoger los folios y ambas corremos por las escaleras. Bella me dice que abra la puerta yo, y eso hago.
-Y así es como... -El señor Norton se da la vuelta y me mira, expectante-. ¿Saben ustedes lo que es un despertador?
Dile que lo sientes mucho. Es lo que quiere oír. Que no ocurrirá más.
La voz de Bella resuena en mi cabeza. Y no sabe lo mucho que lo odio.
-Lo siento, señor Norton. No volverá a ocurrir.
Parece que sonríe, y alcanza una tiza de la mesa.
-Está bien, pasen -dice, señalando los pupitres con la mano izquierda.
No presto atención a la clase, como siempre. Miro a la mesa, donde hay algunas pintadas con boli.
Quiero morirme. Ojalá nunca me hubiera pasado esta mierda. Si lees esto, vete de aquí. Farsantes.
¿Qué? No entiendo nada. Miro a la clase, que atiende al señor Norton. Fabio mira su mesa, e inmediatamente a mí.
Ha descubierto sus pintadas. Le hago gestos diciéndole que quiero hablar con él más tarde. Él asiente, y mira al profesor.
Espero que la clase termine. Cada segundo, cada minuto, se hace cada vez más pesado. El timbre suena y voy al pupitre de Fabio. Le agarro del brazo y le llevo a la biblioteca. A la última mesa.
-¿Qué ocurre? -pregunta, asombrado.
-¿Qué ponía en tu pupitre?
Traga saliva y se acerca a mí.
-Nada bueno. ¿En el tuyo también?
-Sí. Ponía que nos fuéramos de aquí. Que todo era una farsa.
Se toca el pelo, nervioso.
-No lo entiendo. ¿Qué está pasando?
-¿Tú confías en mí? -pregunto, y él asiente.- Vamos a averiguarlo. Hablaré con Michael.
-¿Y mientras tanto?
-Vamos a hablar con Paul. Tengo una idea. Vamos a por Bella.

Paul nos examina detrás de su escritorio. Su nariz aguileña me produce un escalofrío.
-¿Qué os trae por aquí?
-Queríamos conocer a otros adolescentes con poderes. De otros lugares, edades... -le digo.
Paul se aclara la garganta.
-Eso no puede ocurrir.
Fabio y yo nos miramos. Espero que Bella pueda leer su pensamiento.
-¿Por qué? -pregunta Fabio.
-No tengo poder para informaros sobre esa información.
-Sólo queremos... -digo, y no sé qué decir.- conocer a otra gente. No me parece bien estar encerrados aquí todo el tiempo, sin relacionarnos.
-¿Encerrados? Has estado todo el fin de semana fuera, Alexia. ¿Crees que soy tonto?
Sus ojos oscuros me miran directos. Otro escalofrío.
-Marcháos -prosigue-. Aquí no tenéis nada que hacer.
Estamos en silencio hasta que llegamos a mi cuarto. Allí, nos encerramos en el baño.
-¿Qué ha pasado? -pregunta Fabio. Parece aturdido.
-No entiendo nada -digo, y miro a Bella-. Dime que has podido leer su mente.
-No. Tiene alguna clase de bloqueo. Un truco. No lo sé. Sólo he leído una palabra. Veinte.
-¿Veinte? -preguntamos Fabio y yo al unísono.

Cojo el móvil e ignoro todos los mensajes y llamadas. Marco el número de Michael y espero que conteste.
-¡Pequeña salvadora de vidas! -exclama, feliz. Al fondo, se oyen cristales y voces.
-¿Estabas trabajando?
-Sí, pero puedo atenderte. ¿Qué tal?
-Escucha, Michael. Quería decirte una cosa...
Me detengo. Bella y Fabio intercambian palabras.
-¿Has visto sus ojos? Daban miedo. Ya no me fío de nada -susurra Bella.
-Ni de las paredes.
Así que, una idea aparece en mi mente. ¿Pueden espiarnos?
-¡Alexia! ¿Qué ocurre? Me estás preocupando -grita Michael.
-Ven a por mí a las ocho. Urgente. Te quiero, ¿vale?
-Pero, ¿está todo bien?
-Sí. Sólo ven.

Michael aparece a las siete y media. Con un delantal.
-Me tenías preocupado -me dice, abrazándome-. Acabo de salir de trabajar. ¿Qué pasa?
-Llévame a tu casa.
Su ceja se levanta. Pero le niego con la cabeza. Él traga saliva, y me coge la mano.
A los segundos, estoy en el salón de la casa de Michael.
-Dime de una vez lo que ocurre, Alexia.
Le explico toda la historia, mientras que él atiende desde la cocina.
-Ahora no me fío de nada -termino, susurrando.
-¿A qué te refieres? No te entiendo.
-Michael. Las pintadas de boli. ¿Para qué pintarían algo así? Parecía real.
-Sería una broma, Alexia -dice, mordiendo una manzana.
-Michael, ¿no me crees?
Él deja la manzana y me mira, absorto.
-Alexia... -dice, acercándose a mí.
-Déjalo. Me voy a casa.
Me levanto y camino hacia la puerta. Me siento perdida sobre la Asociación. Y ahora más, sabiendo que uno de los únicos apoyos que tengo, me falla.
Una mano me detiene.
-¿Me juras que no dirás nada?
Le miro, sintiendo mareo.
-Sólo si lo veo conveniente. 
Vuelve sobre sus pasos y se sienta en el sofá. 
-Hace unos días, cuando alquilé el piso, quise encontrar a algunos amigos de la Organización. Conocí a tres compañeros de cuarto y siete amigos allí. Seis se marcharon del país. Tres no aparecen en ninguno de los documentos del país. Así que, me quedaba Tom, mi segundo compañero de cuarto. Encontré su dirección, que sólo estaba a dos horas de aquí. Pedí el día libre y lo visité.

»El aire era pesado. Era el número un millón en el que agradecía mi poder, no había tenido que coger el coche, ni tren, ni autobús. Sólo tardé cinco segundos en llegar (porque había abierto los ojos en el viaje). Avancé por la nieve, extremadamente blanda. Las botas color marrón se hundían un poco más cada paso, así que intenté tener cuidado. Al final del camino, pude ver una pequeña casa de madera. El frío calaba mis huesos, y me culpé por no haber cogido un abrigo.
Subí dos escalones y mis nudillos golpearon la puerta. Pasaron unos segundos sin recibir respuesta. Llamé otra vez; y me convencí de que no iba a aparecer nadie, así que me giré sobre mí mismo y volví sobre mis pasos en la nieve. Cuando llevaba tres, la puerta se abrió, chirriando.
-¿Quién mierda eres? -preguntó, su voz claramente molesta.
Lo miré. Una barba frondosa cubría su barbilla y parte de sus mejillas. Sus ojos parecían cansados, y llevaba una gran sudadera color azul. Este no era Tom, me había equivocado.
-Lo siento, me he equivocado de persona.
-¿Michael? ¿E-eres tú?
Carraspeé. No podía ser Tom. Aún lo recordaba fumando porros en los escalones de la Organización, alto y esbelto. 
Salió al porche,y la luz pareció hacerle daño. Bajó las dos escaleras y me dijo que me acercara.
Tragué saliva y caminé hacia él. Estábamos a unos centímetros cuando me abrazó. Pude sentir dolor, desesperación a través de sus brazos. ¿Qué le había pasado?
Me dijo que pasara y lo seguí. Cerró la puerta detrás de mí y pude ver la habitación. Estaba llena de basura, y olía a pescado y cigarrillos.
Atraje mi sudadera a mi nariz, y la olí. Me impregné del olor, intentando evitar el hedor del antro.
-Bueno, Mike -empezó, y me recordó a los viejos tiempos. Él era el único que me llamaba Mike. Cogió algunos papeles del suelos y los metió en una bolsa de basura-. ¿Qué te trae por aquí?
-Salí hace unos días de la Organización. Ya tengo dieciocho.
-Vaya, parece que fue ayer cuando te empezó a crecer la barba.
Solté una carcajada y él lo que parecía una sonrisa de tristeza.
Le conté lo que me impactó sobre mis compañeros. Todos habían salidoo del país o estaban                     desaparecidos.
Se pasó el dorso de la mano por la cara, cansado. Parecía que llevaba toda una vida sin dormir.
-Tengo que contarte algo.
Empezó contándome que hace unos meses fue su cumpleaños. Cumplía veinte, una edad especial para él por algún motivo. Planeó una fiesta en un local en Londres, con sus amigos. Llevaba dos cervezas cuando Paul apareció. Le dijo que quería hablar con él, y Tom accedió, no entendiendo muy bien qué hacía Paul allí.
La última cosa que recuerda es ver dos sombras detrás de Paul y su sonrisa maliciosa.
Despertó al día siguiente, en la casa de madera.
Cuando intentó transformarse en un objeto, tal y como su poder hacía, cayó al suelo, exhausto. Había conseguido transformarse en el Empire State Building una vez, ¿por qué no podía convertirse en una simple silla? Intentó salir a la calle. Pero una pared le impedía pasar.
-Ahí lo entendí todo -me dijo-. Intenté contactar con gente, pero no podía salir. No tenía teléfono. Sólo una botella de agua y tres barras de pan. Paul quería matarme de hambre o sed. O torturarme, sabiendo que mi tumba (esta casa), estaba llena de muebles, en los que no podía convertirme.
-¿Cómo es que sigues vivo? -pregunté, claramente sorprendido.
-Un día un pájaro se posó en mi ventana -contestó, alegre-. Lo enseñé con mis provisiones. Le recompensaba con un trozo de pan. Salíamos al porche y entrenábamos. A las pocas semanas, me quedaba un chupito de agua y cuatro centímetros de pan. Me sentía todo un superviviente, un héroe. Aquí venía la prueba final. Rompí ese jarrón de cristal y me hice un corte. Con mi propia sangre y una cortina, escribí mi mensaje. Se lo entregué al pájaro y voló. A las pocas horas sentía que iba a morir. Lo sabía. Me comí el pan y pensé en la paz. La paz de dormir para siempre.
Tragué saliva. ¿Tom se había vuelto loco?
-Pero la muerte nunca llegaba -comentó, algo triste-. Me tumbé en el suelo y dormí durante mucho tiempo. Desperté cuando llamaron a mi puerta. Era una chica morena, Gwen. Me dijo que hacía dos horas que había recibido el mensaje y que había corrido hasta aquí. Charlé con ella, y le dije que necesitaba su ayuda. Le conté todo lo que me pasaba, aunque ella no me creyó. Pero no la culpaba, era imposible convertirme en un mueble y ella no podía creerme. Le dije que intentara traerme a Kam, no sé si lo recuerdas -dijo. Pero sí lo recordaba, era el chico más tétrico de la Organización-. Le dije que me creyera. La saqué al porche y bajé las escaleras. Le dije que intentara arrastrarme un centímetro, y ella empujó. Gritó y me dijo que no tenía gracia, y me di por vencido. Me vio llorar y de algún modo, me creyó. Me dio varias chocolatinas que llevaba en su bolso, y me prometió que volvería. Administré la comida y a los días Kam apareció. Todo cobró sentido. Él tenía treinta años y hacía diez que no podía utilizar sus poderes. Lo suyo no tuvo nada que ver con Paul, fue de un día a otro. Me dijo que a varios compañeros les sucedió lo mismo. Desde aquel día, me visita cada domingo y me trae de comer.
 -¿Qué quieres decir?
-Nos quitan los poderes cuando cumplimos veinte años, Michael. Disfruta de tus dos años restantes.
-¿Me encerrarán también? -le pregunté, asustado.
Se encogió de hombros.
-¿Por qué te encerraron a ti?
-No sé -susurró, revolviéndose el pelo-. Preguntaba mucho.
Un calor abrasó mi garganta, inmediatamente pensado Alexia. Ella no podía suprimir sus pensamientos y era una parte que me encantaba de ella.
-¿Por qué nos quitan nuestros poderes?
Se encogió de hombros.

Cuando Michael terminó, inhalé, procesando toda la información. Había personas que escapaban del país o que se escondían dentro de él por dos razones: o les habían quitado sus poderes o intentaban conservarlos.
Una conversación apareció en mi mente.
Mis padres diciéndome que tenía que venir a la O.S.T, y las palabras de mi madre: "es el único que tiene poderes y por lo tanto puede entrar en la organización. Aunque al casarse conmigo desaparecieron."
No habían desaparecido. Se los habían arrebatado. El pecho me ardió, y una imagen apareció de nuevo en mi mente. Mis manos apoderándose del cuello de Paul. Estrangulándolo.

martes, 11 de febrero de 2014

Capítulo 52: "Nos vemos en mis sueños."

-¿Vas a ducharte ahora o después?
Estoy tumbada en la cama de Michael, exhausta.
-Alexia... -dice Michael, mientras se para al lado de la cama.
-¿Si?
-Te repito, ¿vas a ducharte ahora o después?
Reproduzco un sonido gutural y él se ríe.
Me levanta y me coloca en su espalda. Su espalda contra mi pecho. Me lleva hasta el baño y me suelta. Después me trae un par de toallas y me besa dulcemente en los labios.
-¿Cómo es que no estás cansado? Yo no he hecho nada y creo que voy a morir.
Las comisuras de sus labios se elevan.
-No sé. Supongo que chinchar a Ophélia cuando tenía cinco años ayuda a mi resistencia.
Al decir eso, aprieta los labios y la mandíbula.
Me apoyo en la pared y dejo que mis manos toquen su mandíbula, que se tensa aún más.
-Te quiero. Lo sabes, ¿verdad? -susurra, y yo asiento.
-Yo también lo hago.
Le atraigo a mí y nos besamos.
-Está bien, dúchate -dice, y se marcha.
Me desnudo y el agua caliente me ayuda a despejarme. Me gustaría quedarme durante horas allí, respirando aire más puro.
Cuando me estoy enjabonando, escucho el sonido de la puerta al cerrarse. Me asomo, dejando ver sólo mi cara.
Michael me sonríe.
-¿Qué haces? -Le pregunto, y él se quita la camiseta. Después los pantalones, y por último, la ropa interior.
Sé que es idiota, pero me da vergüenza que me vea desnuda.
-¿Qué... qué haces? -Pregunto de nuevo. Él se introduce en la ducha y me mira, expectante.
-Ahorrar agua. Mi sueldo en la cafetería no es algo excepcional, ¿sabes?
Una sonrisa pícara aparece en su rostro. Se apoya en la pared y me atrae a él.

-No mires -le digo, sacando la ropa de mi mochila. Él sonríe y se tapa los ojos con una almohada.
-Ya te he visto desnuda.
-Me da igual, tápate -suelto, y me pongo una camiseta ancha y unos vaqueros.
Salto encima de él y le quito la almohada. Él sonríe, y pone sus brazos sujetando su nuca. Me coloco el pelo a un lado del cuello, y me agacho para besarlo.
Un pequeño beso y me separo. Él sigue con los ojos cerrados y levantando la cabeza para besarme de nuevo. Río.
Otro pequeño beso y esta vez, sus manos viajan hasta mis caderas. Se incorpora y se sienta.
Llaman a la puerta.
-Michael... -digo en sus labios.
-¿Mmmmm?
-Están llamando.
Se separa poco a poco y va hasta la puerta, llevándome detrás de él por la mano.
Alan me sonríe.
-Siento lo de esta tarde, ¿estás bien?
Lleva una caja de bombones y una nota: ¿Me perdonas?
-Creo que te amo -le digo, y cojo la caja-. ¿Queréis? -pregunto, mientras la abro. Michael coge uno de chocolate blanco en forma de corazón, y yo uno de licor.
-Pasa -le dice Michael, y Alan accede.
-Esta noche juega el Manchester. ¿Lo veremos?
Instantáneamente Michael me mira.
-Yo tengo que irme pronto. Lo siento.
-Vamos, la primera parte -dice Alan, y Michael me sonríe.
-¿La qué?
Ambos sueltan una carcajada, y Michael me rodea con los brazos.
-Mi Alexia... -dice, y respira cerca de mi pelo-. No te preocupes, nos vemos en Carriage.
Alan me despide con dos besos y se marcha.
-Voy a terminar odiando el fútbol por tu culpa.
-Ah, ¿que no lo haces ya? -pregunta, mientras me besa la mejilla.
Se va hacia la cocina y sonríe.
-¿Tienes hambre?
-Muchísima.
-¿Qué quieres cenar? -dice, y se acerca al frigorífico- Las opciones son un yogourt, y una naranja podrida. Apetitoso, ¿verdad?

Devoro un donut de chocolate mientras Michael se toma un café.
-No vas a cambiarte, ¿no?
Pienso que es un novio celoso, y el estómago me da un vuelco. Según las charlas del instituto, así empiezan los maltratos.
-Así vas preciosa -susurra, y bebe un trago-. Iremos directamente a Carriage, tendremos más tiempo para nosotros.
Todo son tonterías en mi cabeza. Michael es un chico simpático, divertido, sexy y alagador. Nada celoso. Y por eso lo quiero.
-¿En qué piensas?
-En nosotros -digo, y él sonríe.
-¿Nosotros?
-¿Quién nos iba a decir que terminaríamos así?
-Yo. Lo sabía.
-Sí, claro -digo, y le saco la lengua.
-Lo digo en serio. El primer día pensé que eras preciosa. En tu cumpleaños me sonreías y me encantaba ver que querías echarte fotos conmigo...
-Eras tú el que querías -bromeo, cortándolo.
-Siempre pasaba tiempo contigo y Channel -continúa, como si no me hubiera oído-. Creo que me enamoré de ti el día en el que te pegué. Me sentí como una mierda. Como un cabrón.
-No me pegaste, Michael...
-Y fue a peor cuando nos peleamos en las escaleras. Quise... desaparecer.
Me acerco a él y me abraza, protegiéndome. Inhalo su olor y me abrazo a él.
-Vamos a ver ese partido.

Las bocinas suenan en todo el bar. La gente grita los nombres de los jugadores cuando el balón llega a ellos.
Los nachos llegan ardiendo, y Ariel se quema al intentar comerlos. Al ver que me río, me dice:
-La sirenita nunca comió caliente...
Michael llega unos minutos más tarde, con dos bufandas del Manchester. Me coloca una a mí.
-Yo no soy del Manchester. No soy de ningún equipo.
-Pero yo soy del Manchester, así que apoyarás a mi equipo, ¿no? Por mí -dice, y pone una cara de cachorrito.
-Pero no sé cómo se anima a un equipo.
-Sólo grita "¡uy!" cuando esté cerca de la portería. El Manchester son los de rojo.
Me sonríe y pide una cerveza.
-No sabía que te gustara la cerveza -le susurro.
-Ni yo, hasta hace dos días.
La camarera se la trae, y me acerca a él.
-¿Vendrás a verme mañana?
-Espero poder ir, pequeña salvadora de vidas.

2-0. Manchester gana. Michael rompe en un grito de alegría y choca los cinco con todos sus amigos. Me despido de todos, y me dicen que los visite más a menudo, que les ha encantado conocerme.
Michael me lleva al baño y después a un callejón.
-¿Por qué no el baño?
-Se preocuparían al ver que no salgo.
Me agarra de la mano y me lleva a la organización.
En mi habitación, Channel duerme. Michael la ve y la abraza. Después le da un beso en la frente.
Se da la vuelta y me mira.
-Márchate ya, mañana estarás muy cansado en el trabajo.
Me besa muy dulce, y siento cómo sonríe.
-Nos vemos mañana -digo.
-En mis sueños.
Y desaparece.

lunes, 6 de enero de 2014

Capítulo 51: "Quizás sea una fantasía mía."

-Será mejor que pares -digo, apartándome de él-. Tenemos público.
Él se da la vuelta y contempla a un par de niños mirándonos. Aunque les mira fijamente, éstos siguen mirándonos.
-¿Qué ocurre? ¿Os habéis perdido? -les pregunta Michael.
-No -dice el más pequeño de ellos.
-Tener novia es un asco. Son mejores las motos. O los camiones. ¿Por qué tienes novia si puedes conducir una moto?
Michael suelta una carcajada y le responde:
-Cuando tengas dieciséis años me dirás qué te apetece más.
-Siempre preferiré una moto -dice el mayor.
-O la arena. La arena mola -le susurra el otro, y ambos asienten enérgicamente.
Michael se da la vuelta y me encuentro con sus ojos verdes escrutándome. Cuando voy a hablar, Michael se me adelanta.
-Vamos al apartamento, nos cambiamos y nos vamos.
-¿Dónde?
-Ya lo verás -dice, y me guiña un ojo.

Me examino en el espejo de la habitación de Michael.
Llevo el pelo recogido en una coleta, una camiseta muy amplia de la selección rusa, unos pantalones cortos grises y unas deportivas que me bailan.
-¿Me estás diciendo en serio que tengo que jugar al fútbol?
Michael sale del baño despeinado y sin camiseta. Se la coloca mientras no me quita ojo. Y por un momento me dan ganas de quitársela yo misma.
-Claro que es en serio. Los que trabajan en la cafetería me han dicho de jugar un partido para conocernos mejor...
-¿Se conoce a alguien dándole patadas? -le interrumpo.
-Y te he invitado -prosigue, como si no me hubiera escuchado-. No seas quejicosa, te lo vas a pasar bien.
Agacho la cabeza de un golpe, y la coleta me da en la frente fuertemente.
Michael levanta una bolsa de Adidas y se la echa en el hombro. Me coge de la mano, me lleva a través del pasillo, coge las llaves y nos marchamos.

En el camino no hablamos, sólo estamos unidos de las manos y no hace falta decir nada.
Tardamos unos diez minutos a pie hasta llegar a un pequeño campo de césped de Londres. Michael me suelta de la mano y se la coloca en la frente para que el Sol no le impida buscar a sus amigos. A los pocos segundos los reconoce, los saluda y me coge de la mano para acercarnos a ellos.
Son tres chicos y una chica.
Álex, Alan, Ariel y Cloe.
-Ésta es Alexia -dice, y me arrastra suavemente delante de él. Ahora me siento como a un conejo en una tienda de mascotas, cuando todos me miran y esperan que haga algo gracioso para llevarme a casa.
-¿Ariel es nombre de chico? -digo, aunque al segundo me arrepiento al mirar la cara de Cloe. En cambio, Ariel me sonríe.
-Eso creo. Mis padres son un poco cabrones. Pero no te preocupes, lo tengo aceptado. Me puedes llamar Sirenita, si quieres.
Ambos nos reímos y todos se unen después.
-Está bien, tres contra tres. Michael, Alexia y yo, contra vosotros -dice Ariel, y se acerca a nosotros-. Les vamos a machacar, estáis delante de la Sirenita conocida como Rooney -nos susurra, y Michael ríe.
-Rooney es un jugador muy bueno del Manchester -me susurra y me da un tierno beso en la mejilla-. ¿No lo conoces?
Niego con la cabeza. Creo que ya empieza a darse cuenta de cómo jugaré al fútbol.

Cuando llevamos más de una hora jugando, empiezo a cansarme.
-¡Álex! -grita Michael, y me giro para ver por qué lo llama.
Lo único que veo es una pelota que viene a más kilómetros de los que podría huir.
A los pocos segundos me encuentro en el suelo.
Michael vocaliza algo que no entiendo.
-¿Qué? -pregunto, y él me levanta como si pesara menos de lo que pesa una pluma.
-¿Estás bien? -me dice, y yo asiento.
-Iré a por hielo, siéntate -me aconseja Cloe, con una sonrisa.
-¡Alexia! ¿Qué ha pasado? -bromea Ariel, y se apoya en la grada mientras me siento.
-No tiene gracia, se ha llevado un buen golpe por Alan. Se ha pasado con la fuerza -afirma Michael, y me levanta el mentón hasta mirarme a los ojos.
-Estoy bien, de veras.
Alan llega corriendo desde el otro punto del campo y me mira.
-¡Vaya, lo siento! Pensaba que te ibas a agachar. ¿Estás bien?
-¡Sí! -grito, porque estoy harta de que me traten como una niña pequeña-. Sólo ha sido un golpe.
-Creo que por hoy está bien -dice Michael, y se despide de todos.
Todos me despiden a mí también, añadiendo el "que te mejores", "lo siento".
-Nosotros vamos a cambiarnos -continúa Michael.
Cruzamos el campo hasta los vestuarios. Michael deja la bolsa en uno de los bancos.
-No pienso ducharme aquí -afirmo, sentándome en el banco.
Michael se apoya en la pared y me examina, como pidiéndome una explicación lógica.
-Habrá miles de gérmenes. Me ducharé en tu casa. Además, no he sudado nada. No he hecho nada -digo, y sonrío-. Eres testigo de que no me gusta mucho el fútbol.
-En realidad a mí tampoco demasiado, sólo me gusta jugarlo a veces.
Se sienta en el banco, de forma que me mira de frente. Sus manos viajan a mi trasero, moviéndome hasta que nos quedamos a pocos centímetros. Mis piernas están encima de las suyas, y sus manos ahora sujetan mis mejillas.
-¿Por qué eres tan cabezota? -pregunta, y junta nuestras narices. Veo cómo cierra los ojos y respira mi olor.
"Alexia, espero que no hayas sudado demasiado", me digo.
Me besa dulcemente y luego más intenso.
-¿Sabes? Me gustas con chándal. Quizás sea una fantasía mía -susurra, y mete sus manos por debajo de los anchos pantalones, hasta que llega a mi ropa interior y sonríe-. Vámonos, hay demasiados gérmenes, ¿no? -dice, imitándome.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Capítulo 50: "Querido Londres."

Me despierto al oír el ruido de algo de metal. Me incorporo en la cama y me estiro. Debe de ser el día en que más he dormido, porque no siento ni una pizca de cansancio. Recuerdo que hoy no tengo clase al ser fin de semana, así que no me preocupo por mirar la hora.
Sólo llevo una camisa blanca (supongo que de Michael).
Camino por el largo pasillo hasta donde proceden el sonido.
-¿Te he despertado?
Michael se gira y sus ojos se clavan en la camisa. Sonríe.
-No -respondo y sonrío sin querer-, ¿qué haces?
-El desayuno. ¿Te gustan las tostadas? -Dice, y coloca en la mesa un plato con al menos veinte tostadas. Después uno con bollitos, otro con fruta y mermelada y mantequilla- ¿No te sientas?
-Claro -digo, y me siento a su lado.
-¿Cómo has dormido?
-Bien. ¿Cuál es el plan para hoy?
-Te llevaré a la azotea y a dar un paseo por el centro.
-Te lo daré yo. Te recuerdo que es la primera vez que vives fuera de la Asociación.
Chasquea los dedos y forma una sonrisa.
-Touché -susurra con una sonrisa, y muerde una tostada.
Mastico una tostada con mantequilla mientras Michael cocina un huevo frito. Me levanto y voy hacia él.
-Yo no quiero más. ¿Te lo vas a comer todo?
-Claro que no -susurra, mientras apaga la vitrocerámica y después posa sus manos en mis caderas.
Me sube a la encimera y me besa en los labios sólo dos segundos. Después me besa en el cuello y me mira a los ojos mientras me desabrocha el primer botón de la camisa.
Yo respondo metiendo las manos debajo de su camiseta y quitándosela.
Me acerca a él y mis piernas se enredan en su cintura. Me agarra el trasero y me lleva por el pasillo, de vuelta a la habitación. En un momento se detiene y me apoya en la pared mientras me besa. Seguimos avanzando, tirando algunos cuadros y rompiendo a reír cuando los oímos caer al suelo.
Cuando llegamos al cuarto, lo demás es historia.

Despierto con un hambre terrible. Examino a Michael a mi lado. Una mano enroscada a mi cintura, otra por debajo de la almohada.
Me acerco a él y le soplo suavemente en la cara. Hace un gesto molesto, y después mueve la nariz de un lado a otro. Más tarde meto mi dedo índice en uno de sus rizos y bajo por la espalda, haciéndole cosquillas. Sonríe.
-Ya estás despierto -susurro, y sus ojos verdes me miran expectantes-. ¿Qué hay de ese paseo?
Reproduce un "Mmmmm" y después se incorpora en la cama.
-Nos duchamos y vamos -digo, y él asiente-. Vaya, no eres demasiado simpático recién levantado.
Gira la cabeza y me examina.
-¡Vamos a ducharnos y a dar un paseo por la ciudad! -Grita alegre, y se lanza encima de mí.
Río lo más alto que puedo y después me besa.

Subimos las escaleras del piso para ver la azotea. Cuando llegamos arriba, me falta el aliento, aunque Michael está como si nada.
El aire primaveral me da en la cara y me llena de vida.
Michael se acerca al borde de la azotea y se gira para hablarme.
-Deberías ver esto.
-No, gracias -digo, y doy un paso hacia atrás-. ¿Qué hay de ese paseo en el suelo? Quiero decir, en la ciudad.
-Vamos Alexia, es precioso -dice, y me tiende una mano-. Confía en mí.
Me acerco y le cojo la mano. Un paso más y contemplo la maravilla de Londres.
Hormiguitas de un lado a otro, música y pitos de coches. El colorido de las pérgolas de las tiendas, un gran bosque a lo lejos (que supongo que es el lago donde Michael solía ir), el London Eye y el Big Ben.
-Cuidado, te caes -dice, y me da un pequeño empujón, aunque sujeta mi cintura.
-¡Para! -Le grito, me suelto de él y doy unos pasos hacia atrás.
Él se queda ahí, embobado mirando el suelo y temo que se tire.
-¿Michael?
Pero no obtengo respuesta. Casi voy a por él, cuando grita:
-¡Quiero a Alexia! ¡La quiero y siempre lo haré! ¡Es una miedica, extrovertida, simpática, rara, guapa y enfadica, pero la quiero!
Se gira hacia mí y sonríe, satisfecho.
-Deberías probar -dice, y su sonrisa se acentúa más.

Cuando cierra la puerta detrás de nosotros, me coge la mano y andamos por la acera del centro de Londres. Los niños juegan, algunas mujeres compran, otros hombres compran periódicos, jovencitas miran libros y ropa, y alguna que otra se besa con un chico.
Cuando llevamos cinco minutos andando y sin hablar nada, Michael me susurra al oído:
-Ya vuelvo, quédate aquí.
No soy una chica de palabra, así que cuando se da la vuelta para irse a yo qué sé dónde, entro en una librería a mirar libros.
Algunos me llaman mucho la atención y sé que más de un lector me echaría la bronca por sólo interesarme por las portadas.
Así que, me da por pensar. Si mi vida fuese un libro, ¿qué título y portada tendría? Y lo más importante, ¿de qué trataría?
Una chica con poderes visita un internado y se enamora. El título es lo último. Y la portada... una mano sobre un pecho humano, en representación de mi primera vez usando poderes.
Una señorita joven me dice que si deseo algo, y me siento fatal al decirle que sólo estoy mirando. Se marcha a por un té y se lo toma en una mesita al fondo.
Salgo de la tienda y sigo caminando por la calle. Una mano me toca el hombro y me doy la vuelta, asustada. Es Blanca, la chica que conocí en la cafetería la otra vez.
-¡Alexia! ¿Qué tal estás? -Me dice, y me da un abrazo que me recarga las pilas por completo. Es muy cariñosa, y me da envidia por ello. Yo soy como esos gatos cuando los mojas. El gato soy yo y el agua las personas. No nos llevamos demasiado bien.
-Muy bien, ¿qué hay de ti, qué haces aquí?
-Dando una vuelta. ¿Tú?
-Igual.
-¿No estabas en un internado?
-Sí, pero hoy no tengo clase. Estoy de descanso.
-¡Eso es genial! -me dice, y señala una cafetería al fondo- ¿Quieres tomarte un café conmigo? Estoy sola.
-Emmm, no puedo, lo siento. Estoy esperando a alguien.
Justo cuando lo digo, Michael aparece detrás de ella.
-¡Te estaba buscando! Te dije que te quedaras allí.
Blanca abre los ojos y me mira, mientras sonríe. Después me guiña un ojo.
-Blanca, este es Michael. Michael, Blanca.
Ambos se dan dos besos y Blanca finge que tiene que marcharse.
-Ha sido un placer, pero ahora tengo que irme. ¡Hasta otra vez! -Exclama, y cuando Michael no la mira me levanta el pulgar en forma de aprobación.
Qué cañón, dicen sus labios, sin hacer ningún sonido.
-Es para ti -dice Michael, y saca un ramo de margaritas-, son sencillas y bonitas. Como tú.
Y en medio de Londres, sin importar quién nos mire o qué digan, nos besamos.

martes, 12 de noviembre de 2013

Capítulo 49: "Te parezca bien o no."

Decidido: podría haber pedido ser millonaria.
-¿Estás bien?
¡Mister obviedad, alias Adam Smith!
-Claro que no.
Se levanta del banco y camina hacia mí. Su mano me toca la mejilla y me retira las lágrimas de ella.
Ay.
-No tenía que haberte dejado pedirlo.
-No tenía que haberlo pedido.
Nos quedamos mirándonos unos segundos. No porque me guste, sino porque sus ojos azules me atrapan. Parecen el pacífico enbravecido.
Su nariz se acerca a la mía y me retiro de inmediato.
-Nos vemos luego -digo, y salgo trotando hacia la cocina.
He perdido bastante peso aquí. Como pocas veces, así que me preparo una comida abundante.
Sandwiches, ensalada, chocolate, golosinas.
Cuando me meto un sandwich entero en la boca, veo a Bella entrar por la puerta y sonreír al verme así. Merezco una foto.
-¿Se puede saber qué haces? Te vas a atragantar.
Rompo en una carcajada y un trozo de sandwich le llega a la blusa a Bella.
-Asquerosa -dice, y se lo retira-. ¿Puedo quedarme?
Asiento y coge una silla y se sienta.
Intento no recordar el incidente del acercamiento con Adam, pero lo pienso cada vez que mastico.
Si Bella lo sabe, no quiere reprocharmelo. Y por eso me encanta.
¿Nunca habéis conocido a alguien que pasa de las normas y que aún así no recibe nada malo? Yo nunca lo había hecho. Hasta que conocí a Bella. Se salta clases, lee todos los pensamientos. Y además, come y está delgada. ¿Hay algo que odie más que a esa gente que come muchísimo y está delgada? Menuda envidia.
-Así que piensas que estoy delgada. ¡Tú también lo estás! -Dice, y parte una onza de Milka.
Sigo con la boca llena, así que respondo negativamente con el dedo de un lado a otro.
-No te ha besado, ¿no? -Continúa.
-No -digo cuando he tragado el sandwich por fin-, pero tenía ganas de hacerlo. O eso creo.
-Pero tú no sientes nada por él, ¿o sí?
-Qué va. Me gusta Michael.
O le quiero. No lo sé.
-Yo diría que le quieres.
-¿Puedes dejar de leerme los pensamientos?
Mientras reímos, una rubita con el pelo liso hasta los hombros aparece por la puerta.
-Michael al teléfono -dice Channel, con una sonrisa-. Dice que quiere hablar contigo.
Así que me levanto y salgo corriendo hacia ningún lugar. Después caigo en que no sé dónde está el teléfono de la Asociación y vuelvo sobre mis pasos para preguntarle a Channel. Dice que hay uno en la Biblioteca, aunque todos se comunican entre sí.
Corro de nuevo hasta la biblioteca y observo que en la última mesa de la sala hay un teléfono descolgado. Cuando llego allí, cojo el teléfono y respiro agitadamente.
-¿Quién eres?
Se me para el corazón y sé que no me gusta Michael. Que le quiero.
-La más guapa del mundo al habla, ¿quién es?
Oigo cómo ríe a través del altavoz.
-Pues el que más te quiere sobre la faz de la Tierra.
-¿Papá? Ah, hola, ¿cómo estás?
-¡Soy Michael!
-Ah, ¿tú eres el que me quiere? Menudo chasco -digo, y río-. ¿Qué quieres, guapísimo?
-Verás, hoy no podré ir a verte. Estoy hasta arriba de trabajo en la cafetería y estaré hasta tarde.
-Ah.
-No te preocupes, tengo un plan. Iré a por ti a las nueve y te vienes a casa a dormir, ¿te parece bien?
-Está bien. Son las cuatro, ¿no?
-Exacto. Nos vemos dentro de cinco horas, preciosa. ¡Díselo a Paul!
-Está bien, nos vemos.
Cuando estoy a punto de colgar el teléfono, distingo un "Te quiero". Pero cuelgo. Y seguro que me arrepentiré.

Le he contado lo que voy a hacer a Bella y a Channel, y después le he pedido permiso a Paul. Le he explicado que me gustaría pasar un día en casa, porque mi abuela está enferma. Me ha dicho que era imposible, y después de varios minutos, lo he hecho cambiar de opinión.
Así que ahora estoy en mi cuarto, metiendo una muda en mi bolso. Después de dos horas buscando algo decente para mañana, elijo unos vaqueros oscuros y una camiseta de un perro con la lengua fuera.
Infantil.
Necesito ducharme y cambiarme de ropa.
Aún con el cuerpo caliente, elijo una falda de tubo azul y una camiseta ancha blanca.
Pareces un playmobil. Cuando voy a preguntarle qué le parece a Channel, se mete en el baño.
Pero no tengo tiempo para más, la puerta suena y para mi sorpresa, Laura aparece y se sienta en la cama.
-Así que a ver a tu familia, ¿eh?
No voy a contestar a nada de lo que diga, así que dejo que hable.
-¿O a dormir con Michael? Os escuché esta tarde en la Biblioteca -continúa-, es fácil cuando todos los teléfonos están comunicados entre sí. ¿Lo sabe Paul?
-Sí -respondo, tan seria como puedo. Parece que se lo cree, porque se levanta y gira el pomo de la puerta para marcharse.
-De todas formas informaré a Paul -susurra, y abre la puerta por fin.
-No, no lo harás -dice Channel, abriendo la puerta de un portazo-. ¿Tanta envidia te da que Alexia sea feliz? ¿Qué culpa tiene ella de que Adam la siga queriendo? No vas a decir nada, porque entonces yo hablaré.
Te quiero, Channel.
-Me dijiste que no lo contarías a nadie.
-Y no lo haré, a no ser que hagas daño a mis amigos o a mi hermano.
-Valiente zorra -grita, y sale de un portazo.
-¿Sabes que te quiero? -Le digo a Channel mientras la abrazo.
-Vaya, mis dos chicas favoritas abrazadas. ¿Cabe uno más?
Ambas nos giramos y sonreímos al ver a Michael, nuestro Michael.
-No, somos bolleras.
-Muy graciosa, Channel.
Se acerca a ella y la abraza, mientras le da un beso en la frente.
-¿Nos vamos?
Asiento y me coge de la mano.
-Nos vemos mañana, Channel. Y gracias. Y a ti -digo refiriéndome a Michael-, no se te ocurra abrir los ojos mientras viajamos. En serio.
-Está bien, mandona.
Así que, en una espiral de colores, aparezco de nuevo en un loft monísimo. Por la ventana se observa un tráfico de coches y personas con prisa que caminan de un lado a otro.
-¿Te gusta? -dice mientras se sienta en un sofá- Estoy muy cansado, ¿tú no?
No está cansado, lo sé por su sonrisa pícara y esos ojos verdes brillantes.
Se acerca al equipo de música y pulsa un botón.
Suena Skinny Love de Birdy.
Se acerca a mí. Nuestras narices se rozan y sonríe.
-¿Me quieres?
-Mucho -digo, aunque la voz me falta cuando lo tengo tan cerca-. ¿Tú a mí?
-Siempre lo haré.
-No digas siempre, por favor.
-¿Por qué?
-No existen.
-¿No crees que vayamos a tener un siempre? Yo sí lo creo. Algunos infinitos duran más que otros. No me refiero como... lo que seamos ahora -dice con una sonrisa-, sino como lo que seamos siempre. Amigos, novios, lo que sea. Yo te querré como te quiero ahora. Y lo voy a hacer hasta el día que tenga uso de la razón o en el que muera. Te parezca bien o no.
Se acerca a mí lentamente y me besa dulcemente durante no sé cuántos minutos.
El corazón me late tan deprisa que la sangre me bombea la cabeza con fuerza.
-Yo también lo haré -digo-. Te parezca bien o no.

martes, 22 de octubre de 2013

Capítulo 48: "El hogar es donde está tu corazón."

He hecho la colada, he arreglado mi armario, me he duchado, vestido y aseado. Creo que es el día en el que más cosas he hecho.
Salgo del baño por quinta vez y veo que Channel abre un ojo y con una voz ronca, dice:
-¿Qué hora es?
No sé por qué, pero no veo que seamos de la misma edad. Ella parece una niña, inmadura y dulce a la vez. No es que yo sea Miss Responsable, pero me considero más madura que ella.
-Son las siete y media, Channel.
Y unos segundos más tardes, suena el despertador. Lo apaga y se sienta en la cama con la mirada perdida.
-No me voy a duchar. No tengo ganas. ¿Eso es de guarras?
Río y me siento en mi cama.
-No. Ha venido Michael, ¿lo has visto?
-Sí. Ha venido sobre las nueve a mi cuarto. Decía que te habías quedado dormida y que ya se iba a casa.
Sonrío y me tumbo en la cama. Vuelvo la cabeza para mirarla y mira al suelo.
-Es raro -continúa diciendo-. Le llama casa a un lugar en que lleva un día. Su casa es la Asociación.
-Tu casa es donde resides. Tu hogar es donde está tu corazón y tus seres queridos. Mi casa es la Asociación, pero mi hogar es el 27 de Amy Road.
-No tengo hogar.
Levanta la mirada y me mira con los ojos vacíos.
-¡Claro que tienes! Tu hogar es este.
-¿A quién tengo aquí? ¿A Paul? ¿Qué tengo que hablar con ese señor? Mi única familia era Ophélia y Michael. Y mira ahora.
-Lo de Ophélia no se puede remediar. Lo de Michael no es un problema. Te verá siempre, y cuando salgas de aquí irás a vivir con él. Sólo te quedan tres años.
-Qué poco, ¿verdad? -Dice irónicamente.
Sé que no razonará, igual que Michael, es una cabezona. Me levanto de la cama, cojo un cuaderno y boli y me quedo en la puerta.
-Intento ayudarte. Pero no aceptas consejos. Te veo abajo.
Cierro la puerta y puedo sentir la mirada vacía de Channel mirándome en cada uno de mis pasos.
Abajo está Adam, así que, me acerco y le sonrío.
-Ya sé qué voy a pedir.
-¿Qué?
-Eres mi amigo, ¿no? Te voy a pedir un deseo.
Veo cómo sonríe tristemente al decir amigo y recuerdo lo que siente por mí.
-Está bien. ¿Qué deseo quieres?
-¿No hay barreras, ni peros?
-No. Cumplo cualquier deseo, aunque no lo controlo aún. ¿Cuál es?
-Te lo diré al salir de clase. Te veo en el jardín.
Las horas pasan lentamente, y deseo con más ansias que llegue la hora de salir. Doy golpes con el lápiz en la mesa durante dos minutos.
-Alexia, ¿quiere tocar el tambor fuera de clase?
Dejo el lápiz en la mesa y levanto los brazos para darle a entender que lo siento. El Señor Norton se vuelve a dar la vuelta y sigue explicando algo que no me interesa. Poderes relacionados con la naturaleza. ¿A quién le interesa eso?
La campana suena y salgo corriendo hacia el jardín. Adam no llega hasta pasados los diez minutos.
-¿Se puede saber qué estabas haciendo? Te llevo esperando diez minutos.
-Laura me ha entretenido.
E increíblemente, no siento celos.
-Vamos allá -continúa-. Piensa el deseo.
Proyecto su imagen y pienso.
Quiero volver a verle.
Adam se sienta en el banco y cierra los ojos fuertemente. Ante mis ojos se juntan millones de partículas, formando su imagen.
Sonrío y corro hacia él.
-¡Abuelo! -Grito.- ¡Abuelo, soy yo!
No se inmuta, y cuando me acerco a tocarle, mi mano lo traspasa y las partículas que lo componen se rompen, creando un hueco en su estómago que me rompe por dentro. Siento el ardor en las mejillas y sé que estoy llorando.
Menuda mierda de deseo. ¿No podía haber pedido ser millonaria?

sábado, 19 de octubre de 2013

Capítulo 47: "Cosa de locos."

Oigo cómo se levanta de la cama y camina hacia el baño.
Me tumbo boca abajo y ordeno mis pensamientos. Me he acostado con Michael. No hay nada malo en eso, ¿no?
Siento unos labios en la línea de mi columna vertebral y sonrío. Me doy la vuelta y lo beso dulcemente. Michael sonríe y se tumba a mi lado. Bajo la cabeza y descubro que se ha puesto otros boxers. Gracias a Dios, sino todo sería muy incómodo. 
Me doy la vuelta para mirarlo y en el movimiento de mis pechos sé que aún estoy completamente desnuda. Es estúpido, pero me da vergüenza vestirme con él delante. Me da vergüenza que me vea desnuda porque sí. Soy estúpida.
-¿Por qué sonríes? -Pregunto mientras le sonrío.
-Por ti.
Veo cómo vuelve a sonreír y no comprendo por qué sonríe por mí.
-¿Cómo que por mí? ¿Por qué?
-Eres astuta y extrovertida con ropa. Así pareces indefensa y tímida.
Sonrío de nuevo. Quizás porque lleva razón. O porque me comporto tan tímidamente que no sé qué decir. No le daré el placer de sentirse mejor y más extrovertido, así que me levanto desnuda y ando hasta la silla, donde se encuentra mi ropa. 
Por el rabillo del ojo veo cómo no deja de mirarme, y la timidez vuelve a mí.
-¿Puedes mirar para otro lado?
Oigo cómo suelta una carcajada y me visto.
Anda hacia la puerta y quita el pestillo. Menos mal que no ha venido Fabio, habría sido tan embarazoso. 
Embarazoso. Caigo en que no sé si ha utilizado protección y que podría estar embarazada. Y sin más vueltas, le pregunto.
-¿Puedes quedarte embarazada en la primera vez?
-Sí. -Responde sin más.
Me llevo las manos al vientre y me aterrorizo.
-Pero no si has utilizado protección -continúa. Me giro y levanto una ceja, sin entender nada-. ¿En serio no te has dado cuenta de que llevaba...?
Me llevo las manos a la cara y suelto una carcajada. Ahora mismo me encantaría viajar en el tiempo y no haber hecho ese comentario. Me aparto las manos y veo que él también está riéndose, y espero que no de mí.
-¿Te quedas a dormir? -Pregunto mientras me acerco a la cama y me siento en el borde con los pies encima de ella.
-No.
Retira las sábanas y sale a la superficie. Sus manos se acercan a mis caderas y me acercan a su pecho. Mi espalda contra su pecho. Me retira el pelo y empieza a besar mi cuello.
Por unos segundos me alegro de haber hecho todo esto, porque Michael está mucho más cariñoso.
-¿Me echarás de menos esta noche?
Noto cómo sonríe mientras besa mi cuello.
-No te creas. Tengo a Fabio para hacerme compañía. Por si quiero compañía, caricias, besos... o más.
Se aleja y me mira perplejo.
-¡Es broma! -Exclamo y le sonrío. 
Él también sonríe y me dice que va a por algo de comer. Sale de la habitación y me tumbo en la cama.

Despierto cuando no puedo dormir más, y veo el reloj. Son las cuatro de la mañana. Enciendo la lámpara de la mesita de noche y veo que Fabio está en la otra cama y duerme como un tronco. También observo un plato de donuts de azúcar y recuerdo el día en que estaba enferma y Michael me trajo uno. 
También veo una nota amarilla y un mensaje en boli negro.
Estabas guapísima durmiendo, así que no te he despertado. Te he traído donuts para cuando te levantes. Espero verte mañana. 
Te quiero, Michael.
Sonrío y doy un mordisco a uno de los donuts. Salgo de la cama y sé que no me volveré a dormir, así que tengo que hacer algo. No sé el qué, así que doy vueltas mientras pienso qué hacer. ¿Qué tal hacer la colada?
Recojo la ropa llena de sangre y recorro el pasillo en silencio hasta la última puerta.
Mientras espero a que se haga la colada sentada en un banco, pienso en Jackson irremediablemente. Él sería a la primera persona a la que se lo contaría. Espero que no se olvide de mí, porque yo nunca lo haré.
Una mano me toca el hombro y chillo asustada.
-¡Mierda, me has asustado!
Sonríe y se sienta a mi lado en el banco.
-Lo siento. ¿No puedes dormir?
-No. He dormido mucho y ahora no puedo. ¿Qué hay de ti?
-Tampoco. 
Parece aturdido y a la vez asustado. Sus ojos azules parecen más claros que nunca y me temo lo peor.
-¿Pasa algo?
-No, nada. No te preocupes. -Y esboza una sonrisa.
-Hay una cosa que no entiendo. ¿Cómo te han dejado trabajar aquí?
-No lo entenderías.
-Inténtalo.
-Tengo poderes. Como tú, como todos aquí.
-¿Poderes, tú? ¿Qué poder tienes?
-Cumplo deseos. Es ridículo.
Veo cómo mira hacia abajo y sonrío. 
Parece que alguien se mofa de mí y hace que cada cosa parezca lo contrario. ¿Quién iba a decir que Adam tenía poderes? Es de locos.
-Es un poder genial. -Digo mientras le sonrío.
-Alexia y Adam, ¿se puede saber qué hacéis a estas horas aquí?
La voz es de Paul, que nos examina desde la puerta.
-Alexia, debo hablar contigo. ¿Puedes acompañarme?
Me levanto y cojo la colada. Adam me sonríe y salgo de la habitación algo asustada. Tengo miedo de que esté pasando algo y no sepa nada, así que no inicio ninguna conversación en el camino a su despacho. De camino, dejo la ropa en mi cuarto y cuando llegamos a su despacho, se sienta en el gran sillón y me dice que tome asiento.
-¿Sobre qué quiere hablar?
-Suspendiste el examen. 
-Sí. Lo haré mejor la próxima vez.
-Alexia, si suspendes un examen más tendrás que repetir curso.
-¿Repetir curso? ¿Aquí?
-Otro año más en la Asociación.
El estómago me da un vuelco y entiendo que debo ponerme las pilas sí o sí. Cuando abro la boca para hablar, la voz de una chica resuena en mi cabeza. 
"Sólo dile que estudiarás. Es muy pesado y te tendrá ahí hasta las cinco de la tarde. Sonríe y dile que estudiarás."
Creo que estoy loca y me aterrorizo. Después, caigo en que conozco esa dulce voz. Es Bella.
Le hago caso, sonrío y digo con la voz más dulce que tengo:
-Estudiaré. Lo prometo.
"Buena chica. Me marcho. Nos vemos en cuatro horas."