jueves, 19 de septiembre de 2013

Capítulo 45: "Estás enamorada de mí."

-¿Q-qué haces aquí? -Digo sin pensar.
No me ha llamado, ni un mensaje, ni nada por el estilo. No me ha avisado de que venía y creo que hay una razón. ¿Adam?
-Venía a verte. -Casi susurra. Sale del cuarto de baño y se sienta en la silla del escritorio.- ¿Podéis creerme si os digo que echo de menos esto?
Ambos callamos. Fabio y yo nos miramos, sin entender nada. Él se equivoca de idea y se aproxima a decir:
-Me marcho.
Y sin esperar respuesta, se levanta y se marcha. Veo un guiño de ojo antes de cerrar la puerta. Y lo tomo como un "buena suerte".
-¿Qué tal, pequeña salvadora de vidas?
Y por fin, vuelve a ser el mismo. Y el estómago se me llena de mariposas. Y el corazón de sangre bombeando rápidamente. Y la boca de saliva. Y los pies de temblor.
No espera respuesta, y se acerca a mí. Se sienta en la cama y me mira fijamente.
-¿Has oído mi mensaje?
-¿Qué mensaje?
-Te he llamado esta mañana. Apagado. -Se levanta y pasa el dedo por una de las lámparas. Después vuelve a mirarme.- Por cierto, gran buzón de voz.
-No lo he escuchado. He estado con Fabio todo el día.
Se aleja algo más y se apoya en el marco de la puerta, con las manos metidas en los bolsillos de sus tejanos azules oscuros.
-¿Noticias de Adam?
-No. -miento.
-Otra vez el guiño con la nariz. Me estás mintiendo.
Mierda. Debería llevar una de payaso, no se notaría la diferencia.
-Bueno, está bien, sí.
Y me callo.. Algo que parece molestarlo.
-¿Y?
-Nada. Hemos hablado.
-Alexia, ¿me quieres contar que ha pasado?
-No. -Casi susurro.
-¿Cómo dices? -Se saca las manos de los bolsillos y se vuelve a acercar.
-Te enfadarías.
-¿Te ha besado? -Casi grita. Las mariposas, la saliva, la sangre y el temblor desaparece. Bueno, el temblor perdura.
-¡No! Sólo... -Alzo la vista y lo veo contemplándome con esos terribles ojos verdes. Me gustaría besarlo y decirle que lo he echado de menos. Y eso hago. Me levanto y ando hacia él, titubeando. Él levanta una ceja y no parece que comprenda nada.
-¿Sólo?
Me acerco aún más y mi mano derecha vuela hasta su cuello, acercándole a mí. No se aparta, de hecho, su brazo se enrosca en mi cintura y nos quedamos así durante segundos, o incluso minutos.
Pero ya sabía que no iba a olvidarlo. Me separa y respira fuerte.
-¿Sólo qué? -Repite.
-Sigue enamorado de mí.
Se acerca a mí y supongo que no le da importancia, y que me va a besar. Pero no, se acerca a mi oído y me susurra:
-¿Y tú de él?
Se retira y espera impaciente mi respuesta, con una media sonrisa pícara. Niego con la cabeza y le miro a sus ojos verdes. Increíblemente verdes y profundos.
-¿Puedes decirlo en alto?
-No. Quiero decir, que no le quiero. No que no quiera decirlo en alto.
Y mi típicas tonterías, traen de nuevo la normalidad. Su profunda risa se oye en toda la habitación y es él el que se acerca a mí y me da otro beso, más dulce y corto. Me coge de la mano y vuelvo a sentir todos esos sentimientos. Sobretodo, las mariposas.
-Cierra los ojos -susurra-, pequeña salvadora.
Los cierro, dejando uno entreabierto. Él también los cierra.
-Ciérralos bien. -Comenta mientras ríe.
Le hago caso y al segundo oigo un gran ruido procedente de pitos de coches.
-Ábrelos.
Justo cuando los abro, sus ojos verdes me sonríen aún más que sus dientes. Miro hacia abajo y descubro que estamos a unos veinte metros del suelo. Los coches se paran, pitan, aceleran y algún que otro conductor grita desesperado.
Me acerco aún más a él y cierro los ojos.
-Esta es mi calle. -Comenta mientras se separa de mí.
Estamos en el filo de la azotea, y siento que en pocos segundos voy a desaparecer en el vacío. Él baja y me sonríe desde abajo.
-Ayúdame. -Exijo.
-¿Sabes? Estás muy graciosa ahí. ¿Tienes miedo a las alturas?
-No. No tiene gracia, ayúdame a bajar.
Sonríe y me tiende la mano. Pero estoy cabreada con él y la rechazo, tirándome hacia el suelo. Apenas es un metro de longitud, pero soy tan patosa que caigo y me raspo los codos y las rodillas contra el suelo.
Siento el escozor procedente de ambos lugares y los vaqueros rasgados se llenan de sangre.
Sus ojos se vuelven tristes y se acerca a mí.
-¿Te has hecho daño? -Dice preocupado.
-No, la sangre es una reacción que tengo cuando estoy feliz.
Ríe. Y yo también río.
-¿No se puede discutir contigo?
-Si eres tú no. Porque estás enamorada de mí.
Su sonrisa y la mía se borran al escuchar esa frase. Quizás porque es cierta.
-Mira que eres patosa. -Comenta con otra sonrisa, ignorando lo dicho anteriormente.- ¿Puedes andar?
-Tampoco ha sido para tanto -miento-, no me he caído desde un quinto. Puedo andar y hasta echarte una carrera.
-No me retes, no me gusta ganar cuando estás débil.
-¿Débil, ganar?
Y vuelve a sonreír. Está claro que no puedo discutir con él.
-¿Cuánto te juegas? ¿Diez euros? -Digo con una sonrisa que él me transmite.
-Mmmmm... No me interesa si no subes de cincuenta.
-Cincuenta y uno, entonces.
Vuelve a reír.
-Una.
-Dos.
-Tres. -Decimos los dos.
Me esfuerzo por correr hasta la puerta de la azotea, quizás unos quince metros de carrera. Siento de nuevo el escozor, que se intensifica cada vez más. Michael me lleva varios metros, pero no quiero darle la satisfacción de haberme retirado. Cuando mi cerebro reacciona, Michael me sonríe desde arriba, mientras que estoy tumbada en el duro cemento de la azotea. Admiro sus ojos verdes, después miro detrás y de nuevo a sus ojos. Sólo he corrido unos cinco metros. Pero me he caído.
-Me debes cincuenta y un euros. -Comenta mientras me tiende una mano.
-¿Yo? No hemos sellado el trato, no te debo nada.
Suelta una carcajada y me levanta de golpe, poniéndome en su espalda.
-Ahora te llevo a casa. Cie... -dice mientras yo estoy con los ojos cerrados-, vaya, eres rápida.
-Espera. -Los abro y lo descubro mirando mis labios, algo que me ruboriza.
-¿Qué?
-Se me ha olvidado.
Río y él también.
-Ah, sí. -Continúo.- ¿Qué pasa si no cierras los ojos?
-¿Probamos?
Siento sus manos apretando mis tobillos y una sensación de vértigo aparece en mi estómago. Veo los cientos de colores dando vueltas a mi al rededor y pierdo de vista la cabeza de Michael. La cabeza me da vueltas y siento que voy a morir de un momento a otro.
Instintivamente, los cierro y me veo de nuevo en la habitación de Michael. Sin él.