martes, 12 de marzo de 2013

Capítulo 32: "Menos de 56 horas."

Cuando me quiero dar cuenta, salimos de la cafetería y andamos por Londres.
Voy la última, andando mientras miro mis pasos, que parecen de hormiga. No quiero avanzar, que se pare el tiempo. Todos los demás están delante, riendo y contando anécdotas de sus anteriores vidas.
Es irónico que lo describa así: anteriores. Pero es cierto, todo lo que teníamos antes ha desaparecido.
Aparece Fabio, que se aleja del grupo y viene hacia mí.
-¿Estás bien?
-¿Tú lo sabías? -Le pregunto aún mirando mis pies.
-Sí.
Mi mirada se levanta y le miro a los ojos. Fabio sabía que Michael se iba, que se iba dentro de dos días y no me dijo nada.
-No quería contártelo yo, creía que era algo que tenía que contarte él.
-Sí, lo entiendo perfectamente.
Aparece un silencio, que no se rompe ni con los chillidos de Carol al contar que se cayó por las escaleras de pequeña. Esos silencios que tanto odio, de los que ocultan miedo. Miedo a equivocarnos, a decir alguna estupidez... Y tengo miedo, pero no quiero que se note por un maldito silencio.
-¿Qué crees que debo hacer?
Fabio, que tiene la mirada en Carol, me mira y se coloca las manos en sus bolsillos.
-Quizás... no sé. Pasa lo que te queda de tiempo bien con él. ¿No crees?
Estoy de acuerdo. Lo de Michael es algo irreversible, se va a ir sí o sí. ¿Por qué no dejar mi miedo aparte y disfrutar lo que me queda?
-Pero él está enfadado.
-¿Enfadado? Que va. Tiene miedo -dice Fabio mientras me mira.
-¿Miedo, Michael? ¿De qué?
-No quiere perderte. Piensa que cuando vaya le vas a olvidar. Yo ya le dije que no le olvidarías -afirma, encogiéndose de hombros y sonriendo-, pero él cree que no es memorable. No quiere pasarlo mal.
Trago saliva. Michael tiene miedo. El mismo Michael que parece una roca inescrutable. 
Miedo. Por mí.
El corazón me late deprisa. Todo el mundo sabe que no podría olvidar a Michael ni con una eternidad.
No hacen falta más palabras. Fabio me abraza por las calles de Londres mientras Michael nos mira de vez en cuando, con el labio aún lleno de sangre.
Nos montamos en el autobús, y sigo sin intercambiar ni una palabra con Michael. Lo pienso y me pregunto para qué me sirve el orgullo. Voy a acercarme un poco a él cuando veo cómo mira por la ventana con el ceño fruncido.
¿Y para qué sirve su orgullo? Él también podría hacer algo.
El trayecto se me hace corto y bajamos del autobús. Al entrar al internado, veo cómo Paul intercambia miradas con Michael, seguro que van a hablar de su ida. Michael está detrás de mí y me giro para verlo.
Trágate el puto orgullo, Alexia.
Lo agarro del brazo y lo arrastro hasta la primera habitación que veo. Entro y él me sigue despacio.
-¿Qué ocurre? -pregunta mientras cierra la puerta.
Me desprendo de un gran peso al verlo tranquilo y hablando. Le agarro de la muñeca y lo siento en una silla que está a dos zancadas de nosotros. De pie y él sentado, me quedo a su misma altura. Me coloco en frente de él y pongo mi dedo índica encima de su labio durante unos segundos.
El silencio me da asco. Me pone enferma. Lo odio.
Cuando lo retiro, la herida ha desaparecido.
-Gracias -susurra, mientras me mira.
-De nada. 
Intento sonar enfadada, pero no sé si funciona.
-Siento no habértelo contarlo antes. Lo siento.
Lo miro y me muerdo el labio. Me coge la mano y la protege entre sus dos manos. Después, las separa y entrelaza nuestros dedos.
Sé que está mal y que quizás no tendría que pensarlo; pero creo que el perdón de Michael es verdadero y que si yo hubiera estado en su lugar hubiera hecho lo mismo. Pensándolo bien, es una tontería.
-No te preocupes, no pasa nada. ¿Cuándo te marchas?
-Dentro de tres días. Paul me deja un día después de mi cumpleaños para hacer las maletas.
Aún cogidos de la mano, me desplaza mediante un tirón a sus piernas. Acerco mi rostro a su cuello y me quedo un rato así. Sus dedos juegan con los míos y de vez en cuando recorre mi espalda debajo de mi ropa con su mano.
-¿Celebraremos tu cumple? -pregunto, cuando consigo despegarme de él.
-Supongo que sí.
Sonríe y yo me río. Me agarra de la cintura y deja un beso en mi mejilla. Mis brazos cuelgan de su cuello, mientras que los suyos descansan uno en mi cintura y el otro en mi muslo.
-¿Tienes miedo?
Su mirada es fulminante, como si de algo malo se tratase.
-No -niega. 
Me río, recordando lo que Fabio me ha contado antes. Nos callamos y el silencio que tanto odio me parece agradable. Nos miramos a los ojos, esos verdes como un bosque inescrutable. Su brazo va acariciando en sentido vertical mi muslo. Se acerca a mí y nuestros labios se rozan por unos instantes.
-¿Eres virgen? -pregunto. Al darme cuenta de lo que he dicho, me tapo la boca.
Ríe a carcajadas, provocándome la risa. Soy idiota.
-No.
Abro los ojos como platos y él se ríe. Menudo pillín Michael...
-Cuando tenía dieciséis. Con mi ex novia, la chica con la que estaba hace poco para darte celos. -Sonríe-. ¿Tú?
-Sí.
-¿Por qué preguntas? 
Muestra una sonrisa torcida y me guiña un ojo. Me río a carcajadas y él sonríe.
-¡Sólo era curiosidad! Idiota...
-Alexia, ¿sabes que nos quedan menos de cincuenta y seis horas juntos?
Le pego en el hombro y él me besa.
-Es broma. Ya sé que quieres llegar virgen al matrimonio -bromea y nos reímos-. Pero no sé si aguantaré.
-Entonces ya puedes salir por esa puerta. Quiero guardarme casta y pura para el gran momento.
Mira al suelo y se levanta de la silla. Se dirige a la puerta y agarra el pomo de la puerta.
-Que te vaya bien en tu espera. -Me mira y abre la puerta.
Corro hacia él y me montó en su espalda. Se ríe a carcajadas mientras me carga a su espalda. Me baja un segundo, se da la vuelta y me sube a su cintura. Me apoya contra el marco de la puerta, de forma que la cierro. Me acerco a sus labios y nos besamos. 
Pasamos unos minutos así hasta que me baja. Abro la puerta y salimos riéndonos por el pasillo. Lo miro y tiene los labios rojos e hinchados. 
Miro a un lado y él me pasa el brazo por el hombro y me acerca a él.
-Michael -lo llamo, y él me mira-. ¿Cómo conociste a la chica con la que estabas si no has salido del internado?
-Tenía poderes. Mover objetos con la mente. Los controló y se marchó. No he sabido más de ella. 
Sin querer, lo pienso: nos va a pasar lo mismo. Nos olvidaremos y cada uno rehará su vida. Porque la Organización es eso: un paso de una vida antigua a la nueva. Qué triste y bonito a la vez.
Lo miro y niego con la cabeza.
-Tranquila, cuando me vaya sabré cosas de ti. Me compraré un móvil, hablaré contigo e intentaré venir todos los días para verte a ti y a Channel.
Me besa y cuando nos separamos, sonreímos. Espero que sea verdad, que no nos olvidemos.
Fabio aparece y nos mira sonrientes. Seguramente es el que más se alegra cada vez que nos ve juntos.
-Hola chicos. Hemos quedado para hacer algo en el salón. ¿Venís?
Asiento y mientras Michael se aleja hacia el salón, camino junto a Fabio.
-¿Lo habéis arreglado? -pregunta, sonriendo.
-Sí. Bueno, cuando se vaya Michael me cuidarás tú, ¿no?
-Por supuesto. -Sonríe y me da un beso en la mejilla.
Al llegar al salón, todos están sentados en sofás, sillones, sillas... Quedan tres sitios restantes: uno al lado de Angy, Carol y Valerie. Otro al lado de Laura y otro al lado de Alejandro. Me voy con Angy, Valerie y Carol. Todas me dan un beso, me dan la mano, etc. Parece ser que todo el mundo sabía que Michael se iba menos yo. Fabio se sienta al lado de Laura, seguro que porque Michael le ha contado la historia y  no quiere armar una pelea cuando está a punto de irse. Y Michael se va con Alejandro.
-¿A qué vamos a jugar? -pregunta Bella, mientras muerde un lápiz sentada en un sillón cinco veces mayor que ella.
Fabio dice que jugaremos al "yo nunca" y yo explica. "Yo nunca" consiste en apagar las luces, alguien dice una frase como "Yo nunca me he caído por las escaleras" y quién lo haya hecho o le haya pasado, tiene que dar una palmada.
Es un juego estúpido, pero es genial para intentar averiguar cosas sucias de los demás.
Fabio dice que apaguen las luces y que él empieza pregunta. Carol me agarra la mano cuando todo está oscuro. Tiene miedo a la oscuridad.
-Yo nunca lo he hecho.
Carol se ríe a carcajadas antes de preguntar:
-¿El qué? ¿Estudiar?
- Ja-ja. Qué graciosos -afirma, mientras todos nos reímos-. No joder. ¡Que aplauda el que no sea virgen y punto!
Se oyen tres palmadas de las diez personas que nos estamos allí. Se encienden las luces y todos nos miramos a todos.
Michael hace el papelón de su vida mirando a todos serio y con el ceño fruncido. Cuando llega a mí muestra una pequeña sonrisa que hace que muestre un hoyuelo y me guiña el ojo.
Uno ha sido Michael, ¿pero y los otros dos que han aplaudido?

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