domingo, 10 de marzo de 2013

Capítulo 31: "Negro."

Bajamos las escaleras a trote, yo por delante de él. Estoy tan nerviosa que no puedo dejar de moverme. No sé qué haré si veo a mis amigos.
Cuando llegamos, nos damos cuenta de que somos los últimos y todo el mundo nos mira. En fin, la puntualidad nunca ha sido mi punto fuerte.
Me muevo sin cansarme y Michael me coge de los hombros para pararme. No me pregunta que qué pasa, supongo que sabe lo que me preocupa. Me quita el pelo de la nuca y deja un beso que recorre todo mi cuerpo.
Paul sale de la habitación junto al señor Norton, hablando y gesticulando con las manos. Paul se dirige a nosotros.
-Iréis a dar una vuelta por la ciudad, como todos los meses. Esta vez iréis con el señor Norton. -Este, al oír su nombre, se coloca las manos en forma de jarra en la cintura.
Paul nos dice que pasemos por la puerta para contarnos y no perder a ninguno. Soy la última en salir, después de Bella y Michael.
Cuando subo al autobús, no conozco a casi nadie. Sigo el pelo rojo de Bella y los demás nos hacen señas para indicarnos que están al final del autobús. MichaelAngy, Bella, yo y Valerie vamos en los cinco asientos de atrás. No quedan más, así que se Carol y Fabio se sientan justo delante de nosotros.
Los veinte minutos del trayecto se basan en risas y tonterías, absolutamente olvidando la Organización y nuestros poderes. Por un rato somos chicos normales que hacen una excursión.
El autobús se detiene de un golpe y hace que me choque con el asiento de delante. Todos se ríen a carcajadas y Michael parece que va a morir de un ataque de risa.
Cuando tocamos el suelo, todos pegamos patadas al aire para que nuestras piernas dejen de estar dormidas. Bella bromea con Fabio hasta que le da una patada en la barriga. Todos reímos y Bella le pregunta que si está bien. Fabio, entre una risa, la despeina y le dice que se lo hará pagar.
-A ver -grita Norton, para hacerse oír-. El grupito de graciosos, que empiece a andar ya.
La mirada que nos echa podría matarnos, así que caminamos por las calles de Londres, la ciudad que echaba tanto de menos. Huele a pan, metal e hierba recién cortada.
El Señor Norton propone tomar un café. Todos aprueban la decisión y aunque a mí no me gusta el café, me alegra estar en un sitio cerrado para no ver a mis amigos por las calles.
Vamos a una cafetería encantadora y grande. Recuerdo a Roxy, la camarera con más vitalidad y a la que le agradezco que me enseñara a valorar mi juventud.
Lo siento Roxy, no he seguido tus consejos. Estoy con el rubio asqueroso que me dio un puñetazo.
El timbre de la puerta se oye con cada persona que entra, así que la camarera nos mira con cara de asco cuando el sonido se repite treinta veces. Hay más gente, pero la mayoría de gente del local somos nosotros. Todos piden café, así que yo me dirijo a la barra para pedir algo distinto. La camarera se acerca con algo que parece un móvil para apuntar el pedido.
-¿Qué querías? -pregunta. Cuando voy a hablar, me doy cuenta de que no me mira a mí, sino a mi derecha.
-No, ella va antes -dice la chica de mi lado, señalándome.
-No, pide tú, me da igual. -Sonreímos las dos a la vez.
-Parecemos dos enamorados.
Suelto una carcajada y ella sonríe. La camarera golpea la barra con la mano, furiosa.
-No tengo todo el día, ¿qué queríais?
Pido un batido de vainilla y ella de chocolate.
-¿Se ha pensado que somos bolleras? -pregunto.
-Me temo que sí. -Ríe-. Por cierto, me llamo Blanca.
Es morena, con el pelo más o menos por el pecho, de ojos oscuros. Es de mi estatura y está delgadita.
-Alexia, encantada.
Es el momento incómodo en el que no sabes si dar dos besos. Ella sonríe y nos damos dos besos.
-¿Eres de Londres?
-Sí -respondo-. ¿Tú?
-No, estoy de intercambio. Ya sabes, quería un cambio.
-Te va a encantar Londres. Los batidos llegan a los pocos segundos y cada una coge el suyo.
-¿Me das tu número para mantener el contacto?
-Nunca he llegado tan lejos en mi primera cita, pero está bien. -Sonrío y ella se ríe.
Es muy simpática y me cae bien, así que: ¿por qué no? Le digo los números mientras ella los apunta, sonriendo.
-Genial, lo tengo. Te daré un toque cuando llegue al colegio. Encantada de conocerte.
-Igualmente.
Cuando vuelvo a la mesa, me siento entre Angy y FabioAngy no ha pedido nada, así que compartimos el batido. Valerie cuenta algunos chistes malos y todos reímos, incluso el señor Norton, que parece más jóven así. Viendo a todo el mundo reír, me falta el sonido de una carcajada. La de Michael.
Me acerco a Fabio y le susurro:
-¿Y Michael?
-Ha salido hace unos minutos a la calle...
Me levanto para ir a buscarlo y le digo a Norton que voy a buscarlo. Él accede a regañadientes. Fabio me agarra el brazo y me pregunta:
-¿Te acompaño?
Asiento y él me sigue. Salimos a la puerta, pero no vemos a Michael por ahí. Así que decidimos dar una vuelta por los alrededores, porque empiezo a preocuparme. A los quince minutos, al pasar por un callejón, encontramos dos sombras.
-Es ese.
-¿Cómo lo sabes? -pregunta Fabio.
Ni yo lo sé, supongo que es la forma recta de su espalda, el pelo rizado y las piernas algo musculadas y flexionadas. No respondo y por instinto avanzo por el callejón, seguida de Fabio susurrándome que es mejor que llamemos a Fabio.
Aunque es de día, parece que el callejón está inmerso en la oscuridad de la noche invernal. Se oyen gritos procedentes de las sombras, es decir de Michael. Siento cómo me tiemblan los dedos y Fabio se da cuenta.
-Quédate aquí. -Fabio desaparece en el callejón y sólo se puede ver un poco de su sombra.
Me quedo quieta, sin oír ni un ruido. No sé si porque todo está en silencio o porque no quiero oír nada. Pasan unos minutos (no sé cuántos) en los que pienso si debería ir, pero no quiero desobedecer a Fabio. Si me ha dicho que me quede aquí, es porque no es seguro. Pero tampoco me caracterizo por seguir órdenes.
Cuando doy unos pasos para adentrarme al callejón, aparecen dos sombras que se acercan a mí. Michael se tapa la boca con una mano y Fabio va mirando al suelo, con las manos en los bolsillos.
-¿Qué ha pasado? -pregunto, mientras me incorporo a su lado.
Nadie contesta. Odio que hagan eso.
-Michael, ¿qué ha pasado?
No contesta. Fabio me mira sin contestar, cómplice de Michael. Él me mira y niega con la cabeza, pero Fabio ya debería saber que no me voy a callar. Ya me imagino la frase que Michael le ha dicho: "no le digas nada de lo que ha pasado a Alexia".
¿Pero qué ha pasado?
Creo que Fabio no tiene culpa de esto, así que me callo hasta llegar a la cafetería. Fabio entra y Michael casi lo consigue pero agarro su brazo y lo giro hacia mí. Al hacerlo, su mano cae y deja ver su boca, ambas manchadas de sangre.
-¿Qué ha pasado? -pregunto mientras le toco el labio. Muestra una cara de dolor.
-Entra a la cafetería. -Agarra mi brazo y tira de mí.
-No. -Consigue arrastrarme unos centímetros. -Suéltame, me haces daño. -Al oír las palabras, me suelta.
Michael bufa y yo suspiro. No voy a darme por vencida, nunca lo hago.
-Entra, por favor -susurra, suplicando.
-No hasta que me lo cuentes.
Cierra los ojos y calla durante unos segundos.
-No quería tomar nada, así que salí fuera. Un tío ha pasado por delante de mí y me ha pisado el pie. Entonces le he dicho que mirara por dónde iba, pero ni se ha disculpado. Al revés, me ha dicho que me dieran por el culo. Y eso nos ha llevado al callejón, donde nos hemos peleado. ¿Contenta? -pregunta-. Entra ya.
-¡No! -grito-. ¿Qué cojones te pasa? No eras así.
-No me pasa nada. Entra.
-Vuelve a decir entra y te juro que lo próximo que sangrará será tu mejilla -digo, y él sonríe-. Qué te pasa.
-Cumplo dieciocho en dos días.
Junto las cejas sin comprender nada. Cumplir dieciocho años es algo bueno, así que no entiendo por qué se pone así. Al ver mi expresión, sigue.
-Me tengo que marchar de la Organización cuando los cumpla.
No tengo reacción. Ni me muerdo los labios, ni lloro, ni sonrío, ni lo abrazo... Nada.
-¿Estás bien? -Continúa Michael.
Asiento, porque las palabras se me han acabado. Entramos a la cafetería y por cómo me miran mis compañeros sé que: o nos han visto o ven mi cara de shock.
¿Qué se supone que voy a hacer sin Michael?
Vale, sé que parece una locura, apenas lo conozco, pero es con él es con el que paso más tiempo.
¿Y si Laura se decide hacerme algo?
Él es el que hace que me relaje.
Me digo que debo dejar de pensar. Vuelvo a la realidad al escuchar a Angy sorbiendo el final del batido, en el que no queda nada. Pero no estoy en mí, ahora no intento pensar.
Mi mente no está en blanco. No es en blanco en lo que pienso, sino en negro.

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