viernes, 30 de agosto de 2013

Capítulo 44: "Vida corriente."

El despertador suena a las nueve de la mañana. Es mi primer día fuera de la asociación. Me siento extraño. La cama, la mesita, un móvil... todo es diferente de mi vida hace unas horas. Aunque agradezco no tener que levantarme a las siete de la mañana.
Me despido del recepcionista y salgo del hotel. Ando hacia la primera parada de autobús. El próximo que va hacia la calle New Via pasa en sólo diez minutos.
Las puertas del autobús se abren y la gente empieza a llenar sus asientos. Cedo el mío a una señora embarazada, que me lo agradece con una gran sonrisa.
Algunas adolescentes me miran y cuchichean. En cierto modo me recuerdan a Alexia. ¡Mierda, Alexia!
Saco el móvil y marco su móvil. Siete bips y después salta el contestador.
¡Hola! Soy Alexia. Si no te lo cojo es porque no me caes bien o no quiero hablar contigo. O estoy ocupada. Bueno, deja tu nombre y mensaje y te llamaré más tarde. Si quiero. ¡Besos!
Después un breve pitido.
El sonido de su voz le hace sonreír.
-¡Hola, pequeña salvadora de vidas! ¿Cómo has dormido? Yo bien. Voy a New Via a mirar pisos. Espero verte esta noche. -Piensa en decir algo más. Mejor no. Va a colgar el móvil cuando se anima.- Te quiero. -Y cuelga.
Cierro algunos botones de mi chaqueta negra al bajar del autobús. Me despido de las adolescentes con una sonrisa y después gritan. Menudo frío. ¡Parece mentira que estemos en primavera!
El primer piso era demasiado cutre y caro. El segundo era normal e igual de caro. El segundo era un loft carísimo.
Al final de la mañana, mis dedos marcan un número y coloco el móvil en mis oído. Al segundo bip, una voz femenina responde.
-¿Paula? Soy Michael.
-¿Qué Michael? No conozco a ningún Michael.
-Soy un chico de la asociación de Paul Saller.
-¡Ah! Encantada, Michael. ¿Qué querías?
-Paul me comentó que tú te ocupas de todos los papeleos para... ¿cómo decirlo? Para... existir.
-Sí -comenta mientras ríe-. Me ocupo de los carnets, libro de familia, etcétera.
Una pausa aparece en la conversación.
-¿Para qué necesitas todo eso? -Sigue hablando Paula.
-Verás, he cumplido dieciocho años y he salido de la asociación. Tengo que alquilar un piso y necesito mínimo un carnet.
-Está bien, pásate por la calle South y lo solucionamos todo. ¿Tienes fotos?
-No. Iré ahora mismo y me haré un par. Nos vemos en un rato.
-Calle South, número diez. ¡Nos vemos!

El flash me aturde unos instantes. He entrado en la primera tienda de fotos que he visto. El chico parece bastante profesional. La barba de tres días, los ojos verdes, el pelo negro alborotado, la gorra marrón, las gafas de pasta negra, la camisa blanca, los pantalones marrones y... ¿unas converses?
Me dice que cuál me gusta más, pero verdaderamente me veo igual en todas. Me dice que en la segunda salgo más guapo y la chica que lo acompaña asiente con una sonrisa. Le doy cinco euros y me da las siete fotos de carnet.
Camino de nuevo hacia la calle South. No está demasiado lejos según el fotógrafo.
Un cartel azul con letras blancas anuncia mi destino. Toco el timbre en la casa número diez y una chica contesta.
-¿Si?
-¡Soy Michael!
-Te abro, te abro.
Subo las escaleras de dos en dos y toco el timbre al llegar arriba. La chica rubia me abre la puerta y me dice que pase. Recorro el largo pasillo hasta una aparente sala de estar. Ella se sienta en uno de los sofás y me indica que puedo sentarme en el otro.
-Procedamos. -Dice la rubia de ojos marrones.-¿Nombre?
-Michael.
-¿Michael qué mas?
-Tyler Hayes.
-¿Fecha de nacimiento?
-Dieciseis de abril.
-¡Eso fue hace dos días! Felicidades con retraso.
-Gracias.
Se aproxima a mí y me da dos besos.
-¿De dónde eres?
-De aquí, de Londres.
-¿Tienes las fotos?
-Sí, aquí tienes. -Me aproximo a ella y le doy una de las siete fotos recientes.
-Fírmame aquí. -Me ofrece un bolígrafo y lo hago.- Lo tendré listo en dos minutos.
Se marcha hacia el pasillo y desaparece. En su ausencia, me detengo en observar la sala.
Es totalmente blanca, llena de cuadros. Uno es de una chica de espaldas, otro del mar y sus grandes olas. Hay dos sofás, y un sillón pequeño, ambos de color rojo. Un gran escritorio color blanco y una silla del mismo. Está cubierto de folios, lápices, bolígrafos. Delante del escritorio, una gran ventana con vistas al centro.
-Listo. Aquí tienes. -Dice mientras se acerca por el pasillo y me lo entrega cuando ya está en la sala de estar.
-¿Cuánto te debo?
-Nada, tranquilo. Invita la casa.
-Está bien, muchas gracias.

Al bajar del piso de Paula, llamo a la segunda dueña del piso que he visto. El normal y caro. Espero que con el sueldo de la cafetería me de para pagarlo. Marco los números y la voz femenina responde casi al instante.
-¿Dígame?
-¡Hola, Mamen! Soy Michael, el chico de esta mañana. Estaba interesado en el piso.
-¡Genial! Firmamos cuando quieras.
-¿Qué te parece ahora mismo? Quiero instalarme esta tarde.
-¡Claro! Vente al piso con el DNI y una fianza de doscientos euros.
-Ahora nos vemos, adiós.
Y sin esperar respuesta, cuelgo. Menos mal que durante estos dieciocho años en el internado he ahorrado algo. Paul sabía que me tendría que ir al fin y al cabo, así que me daba diez euros semanarios. En total, ahora tengo mil euros.
Al llegar al hotel de nuevo, recojo las maletas de mi habitación y pago la estancia de una noche en recepción. Quince euros.

-¿Sólo traes eso de equipaje? -Pregunta Mamen al verme sólo con dos maletas.
-Sí. He estado toda mi vida en un orfanato, así que no tengo nada más.
-Oh, lo siento... A veces debería ponerme una cinta en la boca y no hablar nunca. Lo siento, de verdad.
-No pasa nada, estoy acostumbrado. Aquí tienes los doscientos euros. -Digo mientras saco la cartera de la maleta y saco de ella veinte billetes de diez.
-Muy bien. -Dice mientras cuenta en alto.- Firmemos.
No me detengo a leer el contrato, ya que Mamen no tiene pinta de ser una estafadora. Cojo el boli que me ofrece y firmo en el espacio en blanco.
-¿Me das tu DNI?
Asiente varias veces y me lo devuelve.
-Está bien -continúa-. Vendré a cobrar el treinta de cada mes. ¡Nos vemos!

¿Cómo he podido ser tan imbécil? Después de comer una hamburguesa en un sitio de mala muerte, he estado pensando que tendría que coger el coche para ver a Alexia. Y no tenía ganas de conducir. Entonces caí en ello. Mis poderes. ¿Acaso soy tonto? Me puedo transportar cuando quiera, a donde quiera. Hoy. A la asociación.
Y es ahí donde estoy ahora. Exactamente, en el baño de mi habitación. Salgo de ella y me encuentro a Fabio y a Alexia embobados mirándome.
-¿Estoy soñando? -Dice Alexia con la boca abierta.
-Si es así, yo también estoy soñando, porque lo estoy viendo.

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