domingo, 25 de diciembre de 2011

Capítulo 16: "Me haré mierda por dentro al pensar que no te tengo a mi lado."

El ruido molesto de una máquina que está a mi lado me despierta.
Abro los ojos lentamente, el sol resplandeciente que entra por la ventana no me deja abrirlos de una vez. La ventana está abierta, y una brisa se cuela por la habitación, más como un suspiro que pura brisa.

Me quedo aturdida al contemplar que estoy en una sala desconocida.
Las paredes son blancas, hay una pequeña televisión y estoy tumbada en una cama.
Mierda. Estoy en un hospital.
El gran intento de ver qué me ha ocurrido me incita.

No recuerdo nada.
¿Habré estado en coma?
Me miro los brazos y las piernas. Siguen en su sitio. No creo que me haya atropellado un coche.
La voz de mi madre me impide seguir con mi control.
-Alexia -susurra, como con miedo de poder hacerme daño-. ¿Cómo estás?
-Bien -digo, antes de tragar saliva-. ¿Qué ha pasado?
-¡George! Ven -exclama, con un grito-, la niña se ha despertado.
Mi padre llega a la habitación en dos segundos, sudando y jadeando. 
Me mira expectante, serio. Sus primeras palabras son:
-¿Cómo estás?
-Bien papá, ¿qué ha pasado?
-Ayer hubo una pelea en tu habitación. Adam y Michael se pelearon y tú, para impedirlo te pusiste entre ellos dos. Michael intentó darle un puñetazo a Adam pero como estabas en medio, te dio a ti -me explica, tranquilo. Al ver mi cara, continúa-: Sólo te han roto la nariz, no es grave.
En ese momento llaman a la puerta.
-¿Se puede? -El cabello negro de Adam aparece entre la puerta y el tabique.
-Sí, claro. ¿Qué tal estás, Adam? 
-Bien, señor George.
Mis padres intercambian miradas y salen de la habitación. Adam se acerca y coge una silla; la pone al lado de mi cama y se sienta.
-Esto es para ti. -Saca un ramo gigante de flores y lo coloca en la mesita de al lado.
-Muchísimas gracias -le digo, con una sonrisa. Nos abrazamos.
La máquina empieza a pitar más fuerte y con más repeticiones.
Me pongo nerviosa y por lo tanto, me ruborizo.
Lo que yo llamaba máquina, era lo que medía las pulsaciones del corazón.
-¿Te pones nerviosa? -Pregunta, con una sonrisa.
Niego con la cabeza.
El electrocardiógrafo más rápido.
-Sí.
Sus labios se acercan a mí en menos de un segundo y se sellan en un beso forzoso. Me había gustado que se lanzara, pero odiaba que me obligara a besarlo.
Me separé de él y lo empujé.
Gracias a Dios el electrocardiógrafo volvió a su estado normal.
-¿Qué hicisteis cuándo me desmayé?
No dice ni una palabra.
Se abalanza y me besa de nuevo. Esta vez más suave. El beso me atrapa, pero consigo deshacerme de él.
-Para -le ordeno-. Te juro que grito. Estoy con Michael.
Michael acababa de entrar por la puerta, sin llamar.
Él era de esas personas que expresaba todo con los ojos. Lo conocía poco, pero sus ojos eran transparentes y sabía que si necesitaba cómo estaba, sólo tenía que mirarlos e interpretarlos.
Eran de un color casi marrón y estaban ligeramente entrecerrados.
-Fuera de aquí, cabrón.
Su mirada era muy agresiva. Sabía que en su mente estaba imaginando cómo mataría a Adam con sus propias manos.
Por unos segundos, ambos se quedaron mirándose y fue como si el tiempo se parara. El corazón me dolió al suspirar y el estómago se movía sin parar.
Van a volver a pelearse y no podré separarlos, tienen demasiadas ganas de hacerlo.
Adam se levantó de la silla y se marchó. Mi corazón pareció volver a latir.
-Pensé que me moría -susurra Michael, sentándose en la silla y cogiéndome de la mano.
-¿Por qué?
-Al verte ahí, tumbada, inconsciente. Pensé que no te volvería a ver. 
-Tengo que decirte algo -susurro, antes de tragar saliva-. Al ver lo que ha pasado, me he dado cuenta de que no quiero seguir con esto. Lo siento.
-¿Quieres a ese cabrón? ¿Quieres salir con él? -Puedo notar la irritación en su voz cuando pronuncia las palabras. En cada una de las sílabas suelta la rabia acumulada.
Me suelta la mano. Se levanta de la silla en un rápido movimiento y se ruelve el pelo muy rápido.
-No, no hagas eso -continúa, casi rogando-. Corta conmigo, pero no vuelvas con ese. Me haré mierda por dentro de pensar que no te tengo a mi lado, pero no soportaré verte con otro -afirma, y el corazón me da un vuelvo-, y menos con él. No es un adiós, ¿no?
Niego con la cabeza y él se aproxima a mí y me abraza. Me da un beso en el pelo y otro en el cuello.
Esos abrazos me llenaban de energía.
Se separa de mí y me mira a los ojos. Sus labios sólo rozan los míos y después deja un beso en mi frente. 
Claro que no es un adiós, Michael. No lo es.

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