sábado, 8 de diciembre de 2012

Capítulo 19: "Un abismo infinito".

Cerré la puerta de la habitación después de que Bella saliera. Nos miramos y le sonreí. Bajamos las escaleras sin intercambiar palabra. No porque no quisiera hablar con ella, sino porque no sabía de qué hablar.
Al llegar al salón, me quedé parada un instante.
Estaba lleno de niños pequeños. Jugaban con muñecas, construcciones y cochecitos de juguete.
Sin darme cuenta, pensé en lo que se estaban perdiendo: los parques, las navidades...  Ellos no lo sabían, pero quizás no saldrían de aquí nunca.
De repente, se me formó un nudo en la garganta y me costó respirar.
Quizás me pasaría lo mismo a mí. No saldría de aquí nunca. No vería a mis seres queridos.
Bella, que seguía andando, frenó en seco y me miró.
-¿Vamos?
-Sí, sí -dije mientras zarandeaba la cabeza de un lado a otro, intentando despejarme.
Andamos unos cuatro metros hasta llegar a la cocina, muy espaciosa. Me fijé en el reloj de pared. 20:12.
-¿Comemos algo? Tengo hambre -declaró Bella, abriendo el frigorífico de par en par.
Su sonrisa apareció y supuse que hacía bastante que no tenía la posibilidad de comer tantísimo.
También yo estaba hambrienta, así que pensé en lo que quería cenar. Al pensar en un sándwich, el estómago rugió. Estaba de acuerdo.
-¡Marchando un sándwich a la plancha! -exclamó la pelirroja, mientras sacaba todo lo necesario.
Había vuelto a leerme la mente. Me divirtió, pero en algún rincón de mí temía que pudiera convertirse en un hábito. No quería a nadie dentro de mi cabeza.
De pronto, Paul apareció por la puerta.
-¡Alexia, qué alegría! ¿Cómo te encuentras?
Sus largos dedos alcanzaron mi nariz e hicieron que me dieran ganas de lanzarle un puñetazo.
Lancé un gritito de dolor y me aparté de él.
-¿Sabes, Paul? Si no me la tocaras, estaría mejor.
Mostré una sonrisa sarcástica. Él hizo que se borrara en una centésima de segundo. 
Sus ojos eran como un barranco. Un abismo infinito. No se notaba la diferencia entre el iris y la pupila, y parecía que te podía absorber de un momento a otro.
-Parece estar muy bien -dijo. Desvió la mirada hacia Bella y sus ojos se abrieron de sorpresa-. Conoces a Bella. Me alegro, es nueva aquí. ¿Te han dicho que pensé en ti para enseñarle esto?
La idea había sido de Paul. No sabía si tenía que darle las gracias o dejar de hablarle.
-Sí -contesté. Miré a Bella y ella sonreía mientras daba la vuelta a uno de los sándwiches-. Me informó Alejandro.
Él elevó las comisuras de sus labios y se formó una extraña mueca en su rostro. Me hizo temblar y sentí miedo. Después, sin despedirse, se dio la vuelta y se marchó.
Estaba sonriendo.
Sólo me rondaba una cosa por la cabeza. ¿Cómo estaría Michael? ¿Qué estaría haciendo ahora mismo? ¿Y Channel? ¿Se habría escapado para ver a Jackson?
Todo eran dudas en mi cabeza y no podía resolverlas. Al menos, no ahora.
-Seguro que están bien, no te preocupes -casi susurró Bella, mientras colocaba los sándwiches en la mesa y llenó dos vasos de refresco.
-Oye, esto es incómodo -declaré-. ¿Te gusta leer la mente?
Me senté en la silla y mordí el sándwich. Sabía a paraíso y mi estómago me lo agradeció. ¿Cuánto hacía que no comía?
-Es guay saber lo que los demás piensan de ti, pero a veces también traumático. -El tono dramático que le había dado me hizo sentir pena. 
También ella se sentó y mordió su sándwich.
-¿Has tenido experiencias traumáticas?
-Sí, claro -afirmó, casi como si le hubiera hecho la pregunta más tonta del mundo-. Recuerdo una vez, de pequeña. Me gustaba un chico, y un día tuve la oportunidad de hablar con él a solas. Me llevé un gran palo -me contó, antes de beber algo de su refresco-. ¿Cómo se llamaba?
Mordí mi sándwich mientras la observaba. Intentó recordar el nombre de aquel chico, pero parecía no estar segura.
Estaba absorta con su historia. Me encantaba escuchar anécdotas de la gente.
-¡Pi! -exclamó, eufórica- Con eso te lo digo todo, ¿en qué estaría pensando?
Ambas estallamos en una carcajada. Me levanté a por una servilleta. Cuando la tuve en la mano y me giré para volver a mi silla, vi un pelo rubio alborotado a través del cristal.
Michael. Sin duda, ese era Michael.
Mi risa se detuvo de repente.
-¿Alexia? ¿Pasa algo?
No la miraba, pero pude sentir su mirada perpleja en mí.
-Has visto a Michael. Déjalo, ya vendrá a tus pies -afirmó, antes de reír.
-Sí, claro.
Al escuchar mi propia voz, me impresioné. Estaba llena de decepción y tristeza.
¿Qué mierda me había hecho Michael? Yo era toda alegría y diversión antes de conocerle.
Forcé una sonrisa y la miré. Ella se estiró en la silla, acababa de terminar el sándwich y se bebió de un trago todo el refresco que había en el vaso.
-Lista.
-Yo no quiero más -añadí, apartando el plato.
-No estés mal. Vamos a la biblioteca y así nos despejamos.
Nos levantamos y Bella se acercó a mí. Apoyó su mano en mi hombro y juntas, nos dirigimos a encontrar la biblioteca. Nunca había estado allí, así que éramos inexpertas en todo el Internado.
Un pequeño cartel nos ayudó:  Biblioteca > .
Las flechas a través de los pasillos hicieron que llegáramos increíblemente rápido.
Cogimos un par de libros. Bella eligió de amor. Yo de intriga. Nos sentamos en unos sillones enormes, al lado de la ventana. Eran de color ojo apagado y muy cómodos.
Bella bebía de su café y parecía reconfortante. Yo también necesitaba algo, pero odiaba el café. Así, me dirigí a buscar algo que tomar.
Volví sobre mis pasos hasta la cocina. Quería galletas, pero lo único que encontré fueron gominolas. Estaban en el estante de arriba, al que gracias a mi pequeña estatura, no llegaba.
Me puse de puntillas. Aún así no llegaba. Iba a por una silla, cuando noté una mano en mi hombro. Mi cabeza se volvió loca y un nombre apareció en mi mente: "Michael."
Deseaba que fuera él con todo mi ser. Increíblemente, aunque lo odiaba, quería verlo. Me di la vuelta y mi sonrisa se borró.
-Papá.
-Vaya, ¿no te alegras de verme? -preguntó, sonriente- ¿Cómo llevas la nariz?
Lo abracé y él me besó la cabeza.
-Qué golosa. Y qué pequeña.
-¡Pero si tú tampoco llegas! -exclamé, antes de reír.
-¿Que no?
Estiró las piernas y alargó los brazos. No llegaba. Reí de nuevo y él me miró.
-Espera. Hay que estirar y ahora salto -susurró, haciendo grandes pausas entre las palabras. Saltó y no lo consiguió. Al darse la vuelta, se dio en el dedo pequeño del pie. Lanzó un chillido y yo lancé una carcajada-. Me cago en...
-Siéntate -le interrumpí-. Anda, siéntate.
Se masajeó el pie derecho mientras yo cogía una silla y me subía a ella. Finalmente, pude coger mis golosinas.
Hablé con él durante unos minutos y me sentí mal al decirle que tenía que marcharme.
-No te preocupes, yo tampoco me puedo mover mucho ahora. Nos vemos después.
Volví de nuevo a la biblioteca y me senté al lado de Bella, en el otro sillón gigante.
-¿Dónde estabas? -preguntó- Golosinas. -Alargó la mano y alcanzó una. 
Pude ver qué estaba leyendo. Tres metros sobre el cielo.
-Me lo he leído. Es malísimo.
Ella se acercó la mano al corazón, en un acto dramático. Parecía ser uno de sus favoritos.
Empecé a leer Sherlock Holmes. Deboré media bolsa de golosinas antes de llegar a la página cincuenta. Al terminar el capítulo siete, levanté la cabeza para coger unas cuantas gominolas y se abrió la puerta. El pelo rubio y alborotado seguía siendo el mismo. Los ojos verdes brillaban, y me maldije por ello. O había llorado, o estaba feliz.
Michael.
Nos miramos el uno al otro unos segundos, a unos cuantos metros. Ninguno de los dos se movía o parpadeaba. Decidí agachar la cabeza de nuevo, y seguir leyendo, pero observarlo de reojo.
Michael se había quedado quieto. Parpadeó varias veces después de que yo bajara la cabeza, y andó hasta la estantería sin dejar de mirarme. Allí, cogió un libro y se sentó en una mesa a unos cuantos metros de mí.
Quise saber cuál era el libro. Vio que lo miraba y se tapó la cara para estar empatados.
Drácula.
Estaba rodeado de chicas de clase. Todas le miraban y reían. Se tocaban el pelo y se colocaban las tetas.
Sentí ardor en el estómago y las odié por estar tan cerca de él.
Celos. Sentía celos.

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